Le voy al Madrid.
Admiré a Pirri y Juanito, seguí paso a paso a la quinta del "Buitre", vi al Hugo más glorioso y al implacable Iván Zamorano cuando bien tomó su sitio.
En épocas más pródigas, mi favorito fue Cristiano Ronaldo y como millones, asistí al filo de la butaca, frente al televisor, a esos títulos de Champions ganados con el brillo del gol de Zidane y con la angustia del tanto de Sergio Ramos en ese eterno último minuto contra el Atlético de Madrid.
Pero en el fondo, aun ocultándolo, tengo puesta también una camiseta del Barcelona porque me dejó ver varios de los mejores juegos de mi vida.
Y eso, en mucho, ha sido por Messi.
Claro que por el valor de una institución, como acota esta mañana mi vecino de espacio y amigo Aldo Farías, es posible la individualidad.
Pero la emoción a veces no reconoce claramente esa unión y loa al genio.
He querido usar la camiseta del Barcelona como trapo para el coche, como franela para lustrar zapatos, pero también como estandarte de excelencia y artículo respetado.
Así es el futbol de emocional, de emotivo, de voluble.
Messi se quiere ir del Barsa, al que llegó con una servilleta firmada en lugar de contrato porque su papá no encontraba respuesta de la directiva y necesitaba algo que los comprometiera.
Es esa la servilleta más famosa del mundo.
Ahora ha sido sustituida por un burofax -palabra famosa en dos días- en el que se lee que ese compromiso de niñez, cumplido cabalmente, quiere ser roto.
Estamos en una época en que la vida nos recuerda que nada es para siempre. Desde el origen de los tiempos ha sido así, pero de repente se nos olvida y es necesario que ciertas cosas nos lo hagan recordar.
La desaparición de gente querida de la familia, los momentos entrañables de los primeros días de escuela, el primer amor, el primer gol, la felicidad.
El Reinoso eterno del America, "el Cuate" Calderón casi siempre de las Chivas, el Platini de Francia, el Maradona del Nápoles y de Argentina. También el Messi del Barcelona.
Desde afuera vemos que sí, claro que tiene derecho a irse.
Pero eso no quita que la muerte de los familiares queridos, el terminar la escuela, el primer corazón roto, el coronavirus y Messi, nos restriegan en la cara, sí, que nada es eterno.
Podría ser esto más cinematográfico, más de "happy ending", pero está terminando a la mala, con la profanación de una mancha de tinta en el mero centro de la célebre servilleta de amor eterno como último recuerdo.
Ahora deberemos decidir qué hacer con esa otra camiseta que a escondidas, hemos llevado puesta porque tiene un significado: ha tenido que ver con nosotros y la queremos seguir honrando más allá del último coraje cuando se rompió y marcó el final de una época.
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