Las lágrimas del futbolista joven que acaba de ser expulsado al minuto de su debut, el drama de la derrota, el sufrimiento del penalti fallado, el grito de la inminente y grave lesión, la imagen de dolor que acompaña la fractura o la resignación durante la goleada. Todas ellas, imágenes de vulnerabilidad en una cancha de futbol. Imágenes que nos conectan y solidarizan con quien sufre.
Si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que todos somos vulnerables, pero no necesariamente débiles. Este 2020 nos ha confrontado con esa vulnerabilidad que en tiempos normales es fácil ocultar y con quienes aún tienen dudas de que todos somos iguales.
Tuve un compañero que no tenía el mínimo cuidado al tener relaciones, porque decía que, gracias a su fortaleza, no tenía manera de contraer el virus del SIDA. Sin embargo, ese mismo futbolista, se refugiaba en sus audífonos, su gorra y su indiferencia para no ser entrevistado, ni entrar en conversaciones donde se viera expuesto en el plantel. Dentro de su fortaleza física, se hacía evidente que era vulnerable y débil. Ser vulnerables y aceptarnos vulnerables permite abrir la puerta al vínculo, a la sinceridad y al involucramiento. Permite conocer quién será la otra persona en el momento que fallemos, el día que nos metan cinco goles o cuando llegue la decepción. Si nos mostramos vulnerables, a los demás darán ganas de acercarse. Si nos mostramos arrogantes o herméticos, seguramente no se detendrán por nosotros.
Veamos un ejemplo que a menudo sucede: un equipo que es ampliamente superado en la cancha, por lo general se vuelve violento dentro del partido y alguno de sus elementos, tarde o temprano busca emparejar la desventaja con empujones, agresiones verbales o pechazos. Se piensa que esas reacciones al menos emparejan la enorme diferencia que se muestra en el terreno de juego. Por naturaleza, creemos que aceptar nuestras debilidades nos hace más vulnerables, cuando en realidad puede ser el inicio del fortalecimiento para cuando se presente la revancha.
La inseguridad del hombre reacciona con ataques en lugar de aceptar que es vulnerable. Si acepto con sinceridad que soy vulnerable, la otra persona se conecta y, más allá de la aceptación, también aparece la reciprocidad.
Quienes inclinamos nuestra pasión hacia equipos humildes, aceptamos la vulnerabilidad, aceptamos que hombre por hombre y en conjunto, somos inferiores... aceptamos incluso la derrota. Pero bajo ninguna circunstancia debemos aceptar la debilidad, ni la indiferencia o el desgano... mucho menos la renuncia, porque ese es el único indicativo de que no éramos dignos de representar ese escudo. Al final de cuentas es la imagen hacia el exterior, porque la identidad se construye entre todos los involucrados, sin importar si participan o no en el juego.
Sí, tenemos la necesidad de defendernos para no mostrar las debilidades e incluso la vulnerabilidad. Vamos a partir de que todos lo somos, y no solamente cuando recibimos la tarjeta roja, fallamos el penal, nos lesionan o nos resignamos ante la goleada. Sí: somos vulnerables, aceptemos nuestra vulnerabilidad... porque de esa manera crecemos.
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