Un bienvenido "giro argumentativo" dio ayer la novela de Messi y el Barsa.
Bienvenido porque no merecía acabar así, como amenazaba con hacerlo, la más productiva y brillante relación que haya existido entre un club y un jugador en la historia del futbol en el mundo entero.
No merecía ese maravilloso matrimonio futbolero, por más que se haya deteriorado con los estragos del tiempo y los inevitables roces de la cotidiana convivencia, terminar en el desagradable divorcio que parecía inminente.
Bajo esa perspectiva se antojan incomprensibles las innumerables reacciones contra esa decisión tomada por Messi (obligado o no por las circunstancias): la de cumplir con el contrato previamente establecido.
Entre algunos de los que aseguraban que ya era imposible la permanencia de Messi con la escuadra catalana, ante el súbito giro de la historia sobrevinieron las enconadas críticas, ya no tanto por lo cuestionable de dicho giro en sí, sino como reacción de incontenible molestia ante el incumplimiento del propio vaticinio ofrecido en su momento con total desparpajo. Porque nunca escuchamos a Messi decir, abierta y directamente, que no volvería a vestir la camiseta blaugrana por ningún motivo y bajo circunstancia alguna.
Por supuesto que resulta válido cuestionar el rumbo tomado por este atropellado asunto, y que su aparente desenlace puede ser percibido como otra derrota del indefenso futbolista ante el poderoso dirigente, pero también resulta evidente que esta novela no merecía el ominoso final que parecían estar escribiendo misteriosas plumas.
De esta incomparable comedia futbolera paulatinamente transformada en tragicomedia, sólo queda agradecer que no haya culminado en drama.
Porque puede parecer éste un final agridulce; pero gracias a la corrección del rumbo en la trama, no tan amargo como amenazaba en convertirse.
Un final que en realidad todavía no llega, o al que le falta un epílogo que el propio jugador podría encargarse de "escribir" con ese nivel de pulcritud que nada más Messi puede alcanzar, no con la pluma sobre el papel, pero sí con el balón en la cancha.
¿Cuánto se incrementarán el valor y la calidad de esta historia -sin parangón alguno- si en lugar de haberse despedido Messi con una derrota de 8-2 y en plan de pleito logra hacerlo en buenos términos y después de ganar con el Barsa otro título de la Copa del Rey, o de la Liga?
¿O si es capaz de hacerlo -aunque en este momento le suene a sueño guajiro- ganando otra Champions League?
¿O llegando a la Final de ese torneo, o por lo menos despidiéndose del mismo con la dignidad de la que estuvo tan lejos en aquella azarosa noche portuguesa ante el Bayern?
¿O si se empeña en obtener -y lo consigue- su OCTAVO Pichichi mientras cumple como debe cumplirse con el contrato acordado y vigente?
Evidentemente varias posibilidades de desenlace (todas ellas mucho mejores que la vislumbrada por la mayoría de los "lectores" antes del bienvenido "giro argumentativo" de ayer) se le presentan a partir de ahora al astro argentino de nacimiento y catalán por adopción.
Quizá en 10 meses, o tal vez en 2 o 3 años, conoceremos el verdadero e inapelable final de tan memorable historia.
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