Soy ardido, muy ardido, justamente porque no me gusta el dolor y la sensación de la derrota, pero las múltiples ocasiones que me han superado, representan lecciones que, al paso del tiempo, se han convertido en un proceso que llevo inmediatamente después de cada competencia perdida. Todo eso, supongo, me ha dado la posibilidad de aprender a perder.
Las derrotas enseñan, pero solamente a quienes están dispuestos a aprender de ellas, no a quienes se aferran a imponerse. Muy a menudo escuchamos o leemos que ha sido un partido, una jornada o un campeonato "para olvidar", cuando en realidad deben ser considerados para recordar y hasta para disecar. No se "pasa la hoja", no se pone un "punto y aparte" ni se "cierra el capítulo". Se analiza, se interpreta y se sacan conclusiones para la siguiente contienda. De otra manera el resultado, muy probablemente será el mismo del fracaso anterior.
Soy un convencido de que solamente se sabe ganar cuando se aprendió antes a perder, porque uno experimenta esa espantosa sensación de frustración y vacío al perder, que a toda costa se quiere evitar en la siguiente competencia. Pero además porque al conocer ese sentimiento, uno se solidariza con el rival cuando el momento de ganar llega. Quienes han aprendido a ganar evitan la burla hacia el oponente.
Parece impensable que, a ciertas alturas de la vida, líderes ganadores y muy exitosos en sus respectivas áreas y acostumbrados al reconocimiento, manifiesten actitudes inmaduras ante la derrota, sin darse cuenta que millones siguen su ejemplo y, contrario a obtener simpatizantes, terminan ridiculizados ante lo más elemental: la posibilidad de perder.
Una de las muestras de mayor deportivismo que existen, es felicitar a quien te ha vencido. No son pocas las competencias infantiles de cualquier deporte, en las que es una costumbre y hasta una regla, formar una línea tras la contienda y saludar a todos y cada uno de los rivales. En el tenis no hay manera de terminar un encuentro sin dar la mano al rival y agradecer al árbitro. Pero incluso el muy recurrente cambio de camisetas es un símbolo de aceptación, desde la euforia o la decepción.
Ser competitivo es una actitud natural y sin excepción, a todos nos desagrada perder. Y es que culturalmente la idea de la derrota se asocia con debilidad, pero si no existe autocrítica, simplemente no hay posibilidad de contemplar un avance para cuando se presente la revancha.
Quien pierde, fracasa, pero de ninguna manera es un fracasado. Quien pierde ha perdido, pero de ninguna manera es un perdedor. Quien pierde no logró sus objetivos en la competencia, pero de ninguna manera se puede asegurar que no es competitivo... no por perder simplemente. No es posible cambiar la derrota, pero sí la relación con la derrota.
Los seres humanos giramos a través de una dinámica que recibe el nombre de sistema de recompensas, mediante la cual nos sentimos atraídos hacia las acciones que nos hacen sentir bien. Así, sencillo y sin mayores complejidades.
Con el tiempo se aprende a sentirse ardido ante la derrota, es posible hacer berrinche y patalear, pero si a esas acciones no llevan a la aceptación, el reconocimiento y el aprendizaje, no solamente seremos malos perdedores, sino además quedaremos ridiculizados.
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