En las últimas 24 horas se registraron casi 5 mil casos de Covid-19 en México. Alarmante cifra. Pero hay algo mucho más contagioso que el mentado virus que vino a paralizar al mundo y que se propaga a la velocidad de luz entre cada callejón, entre las paredes de las casas, mercados y comercios; en las filas de los bancos y en cualquier rincón del País: el pesimismo.
Cada vez nos vamos a dormir con más cúmulo de malas noticias. Intentamos conciliar el sueño en la penumbra de lo desfavorable y despertamos con menos ilusión que una ave sin alas.
Sin que necesariamente todo esté mal, nos hemos acostumbrado a ver las cosas desde la peor y más sombría de las perspectivas.
Apenas surge una iniciativa, una buena idea, un halo de luz que genere esperanza en el rubro que me digan, económico, social o deportivo, y aparece de inmediato el pisoteo, el desprestigio y el descrédito como métodos infalibles para "desarmar" al que pretende mirar por la rendija en lugar de voltear al oscuro calabozo como la mayoría suele o debe hacerlo.
El pesimismo vende. Esa es la cuestión. Y muchos creen que desatando el pesimismo se activa la inteligencia interna para demostrar superioridad hacia el resto.
El optimismo es de ilusos y simplones, dirán algunos.
Son estos extremos y la confusión en los términos lo que desata la interminable guerra entre "los buenos y los malos" sin que se gane ninguna batalla.
Lucina Fernández, especialista en psicología, señala que el optimismo suena a ingenuidad y que al pesimista se le atribuye la capacidad de ver más allá. "El optimista es capaz de ver la parte positiva pero también la negativa. Y precisamente por ver el lado oscuro, comienza a moverse con ánimo para sortearlo o superarlo. El pesimista sólo atenderá en lo negativo quedándose en una realidad a medias", enfatiza.
Caminar por una palestra siempre negra se ha hecho habitual. "A la gente le gusta escuchar que el mundo se va al infierno", asegura la economista Deirdre N. McCloskey. Y cuánta razón.
Hoy lo vemos con el regreso de nuestra LigaMX. En lugar de que genere gusto, la sensación es de negatividad por los cambios establecidos en el formato de competencia. Fatalismo total.
Y no es que a todo debamos sonreír. El optimismo mal entendido o mal encausado puede resultar igual de dañino que el pesimismo. Pero en estos tiempos una buena cara es la mejor de las medicinas. No cuesta nada intentarlo.
No somos Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, máximo representante del pesimismo filosófico como para andar por la vida ondeando su bandera. Ya bastante tiene el mundo para entristecerse. No comparto aquello que la vida es sólo una muerte aplazada y que la felicidad es solamente la ausencia del dolor.
A la vida le sobran buenos motivos. Despertar es uno de ellos.
¿Y tú, de qué lado estás?
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