En México el bajo nivel educativo está en el origen de los grandes problemas.
Dentro y alrededor del futbol está en el fanatismo que deriva en la violencia en los estadios, o en quienes depositan una buena dosis de su felicidad en el resultado de un partido.
Está en los futbolistas que solamente en la cancha tienen algo qué decir, o en quienes con sus fiestecitas ofrecen más material para el comentario que con el futbol que juegan.
Está en directores técnicos que no logran emitir con pulcritud el certero diagnóstico sobre el desempeño de sus equipos; y está, inquietante y evidentemente, en los dirigentes.
Implícita en esa pobre educación está la deficiencia para comunicarse, inaceptable en el caso de comentaristas o aspirantes a tales.
No muy elevados son los requisitos que deben cubrir quienes se sientan conocedores de futbol y abriguen la esperanza de llegar a ocupar espacios visibles o relevantes en la prensa escrita, la radio o la televisión; para contar con una pluma o con un micrófono más o menos importantes en el afán de volcar a través de ellos los particulares conocimientos futboleros, cualesquiera que estos sean.
Con la sustancial diferencia entre el riguroso tamiz por el que suele pasar lo escrito, y la imposibilidad de encontrar los adecuados cedazos en el caso de lo hablado.
Los gazapos producidos desde la misma generación de un texto, los deslices, las cacofonías, la pobre sintaxis, los errores ortográficos y "de dedo", suelen contar con la debida revisión que los suprime o debería suprimirlos, erradicarlos, borrarlos como si nunca hubieran existido.
Pero si estás "en vivo" lo que digas ya no puede pasar por revisión alguna. Lo dijiste, así se oyó, así "salió al aire" y ahí quedó.
Para hablar o escribir sobre futbol basta con que lo hayas jugado. Cómo hables o cómo escribas viene siendo lo de menos, sobre todo en lo que se refiere a la palabra impresa, porque en ese caso cuentas con quien te escriba y acomode por completo esas palabras que a ti te resulte imposible entrelazar decorosamente.
Pero la cuestión se complica con la palabra hablada (palabra alada), que de inmediato encuentra a sus innumerables y escondidos destinatarios, en la mayoría de las ocasiones sin haber estado sustentada por la debida reflexión ni el indispensable bagaje cultural y lingüístico, de raciocinio y de vocabulario.
Muy pocos están por lo que son y no por lo que fueron. A diferencia de quienes no jugaron a nivel profesional, porque en esos casos resultará necesario que superen en la forma de expresarse -en términos generales- a quienes antes los superaron en la forma de jugar.
Por desgracia son raras excepciones -y no la deseada regla- casos como el de Christian Martinoli y Luis García, por mencionar a esa pareja de uno que no jugó y otro que sí, pero ambos siempre con algo inteligente qué decir, o atrevido, o irreverente, o por lo menos divertido.
¿Y si en los respectivos medios se revisan y elevan los requisitos, para que no sea tan fácil acceder al micrófono, para aspirar a enaltecer el nivel del comentario futbolero?
Estaría bien... pero a ver cuándo.
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