¡Yaaa, Gonzalo!-se escucha una voz que con cierta angustia intenta calmar al furibundo aficionado de Chivas que, en lugar de serenarse, decide golpear la pared por la frustración acumulada-. ¡Te están viendo tus hijos, compórtate ya!
El consejo del amigo sirvió. De los puños apretados, la escena pasó a un solitario rostro escondido entre lágrimas. Había vergüenza, enojo y un cúmulo de sentimientos en Gonzalo.
Trato de relacionar aquel momento (por el que seguramente muchos aficionados han pasado) con los actos de indisciplina ventilados recientemente y concluyo que: a ese tipo de jugador, justamente a ese que no cuida su cuerpo porque no entiende que es su herramienta de trabajo, le importa un comino lo que pase con su club y le importa menos, lo que puede llegar a sentir un fiel seguidor.
El que sufre es el que paga un boleto con semanas o meses de esfuerzo; el que pasa horas esperando paciente a las afueras de un hotel para ver si a cambio obtiene el guiño de algún ídolo; el que se pone la camisa del equipo cada fin de semana y que de lunes a viernes la lleva escondida debajo del uniforme de trabajo.
Sufre el dueño del club que no concibe cómo es que invirtió tanto en un jugador creyendo que sería responsable, comprometido y consciente del privilegio que representa tener una profesión así; el que paga los sueldos y que a cambio obtiene niñerías, rebeldías y malos resultados; sufre el patrocinador que no sabe si hizo bien inyectándole dinero a un proyecto, a una camiseta o al mismo jugador para ser imagen de su marca.
Se decepciona el director deportivo que no asimila cómo es que siguen sin entender que la carrera de futbolista es corta; también el entrenador que comprende la razón por la que no rinden en la cancha y el preparador físico porque sabe que no ejecutarán la rutina más especializada puesto que la resaca lo impide.
Vaya, sufren todos y se lamentan todos. Desde los "Gonzalos" hasta los propietarios. Todos menos "esos" futbolistas. Y no generalizo. Hablo de los que socarronamente sonríen y desafían a la prensa sin saber que ellos mismos se hacen daño generando afectaciones deportivas y económicas al club que les remunera.
Dudo mucho que a casa vuelvan consternados, afligidos, dolidos o preocupados por una crisis de resultados o inestabilidad en las finanzas de su equipo. Les da enteramente lo mismo si corrieron a un entrenador o si están por correr al nuevo.
Les importa un bledo. Total, la batalla se traslada a las redes sociales y ahí, se dispersa y disuelve entre quienes los critican y quienes los defienden.
Los días pasan, los castigos que son más ligeros que severos se cumplen y las multas se pagan. Todo vuelve a la normalidad. Claro, hasta que llega la invitación a una nueva fiesta y con ella, la necedad y/o tentación, de hacer público lo privado.
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