Un halo de luz se asoma a lo lejos. Al menos ya se refleja algo de esperanza en días donde ha reinado la impaciencia y donde no sobra la certeza.
Nada como observar portadas de periódicos con jugadores vestidos nuevamente con ropa de entrenamiento y nada como verlos sonreír pateando una pelota en algún césped sagrado. Qué importa que hayan tenido que pasar por estrictos protocolos sanitarios. Qué importa si apenas sean grupos de trabajo reducidos.
Ver a los protagonistas de este juego de vuelta en las canchas, genera un alivio que reconforta.
Pero nada es tan grato ni tan hermoso como parece. Así como en el cielo se observa esa luz que ilumina a ciertos sectores de la industria deportiva, a unos metros y no tan lejos, densos nubarrones parecen tejerse sobre el cielo. Grises figuras que avanzan amenazantes con una calma que espanta. Parecería que sólo están esperando el momento exacto para que estridentes relámpagos otorguen el aval que desate la tormenta.
Resulta paradójico. Por una parte la esperanza; por otra, la advertencia. Todo en el mismo cielo. En lo deportivo una paulatina reactivación; en lo económico, una caída con aroma a crisis. Mientras unos sonríen porque vuelven a patear la pelota, otros giran la perilla de la caja fuerte para ver hasta dónde alcanzarán los ahorros.
Guadalajara no tiene para liquidar deudas con Necaxa por el paquete vendido recientemente. Sí, Chivas. Uno de los equipos con mayor solvencia y recursos de la Liga MX comienza a ver cómo se nubla la espectacular techumbre de su estadio. Los nimboestratos que evitan el paso de la luz solar, ya pasean por Zapopan.
La preocupación ronda a todos. Ricos, pobres, no tan ricos y no tan pobres. La tormenta no distingue clases sociales.
Hay patrocinadores de los fuertes, de esos que invierten en más del 50% de los equipos y de esos que complementan su impacto a través de la televisión, que han decidido bajarse del barco hasta no ver que la turbulencia desaparezca del mar embravecido. Marcas que han decidido cerrar la llave porque no saben a ciencia cierta qué va a pasar.
Sin patrocinadores, la economía de los clubes resultará severamente afectada. No habrá dinero para sueldos ni para contratos deslumbrantes. Tampoco para fichajes bomba. Si acaso para mantener la embarcación a flote. Olvidémonos de un mercado de transferencias donde el derroche sea gracioso motivo de poder y fanfarronería. Si acaso trueques, préstamos y uso de la cantera.
En medio de la tromba que se avecina, algunos nichos de oportunidad tendrán que aparecer. Es aquí donde los jóvenes podrán tener esos minutos que tanto han buscado y que tanto escasean por exceso de producto importado. Las fuerzas básicas jugarán un papel esencial.
Lo bueno es que después de la tormenta, llega la calma. Mientras tanto, a sacar los paraguas y a ponerse gabardina.
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