El sabor de la derrota, se conoce de sobra, es amargo.
Es tan desagradable que causa pesadez mental y emocional. La derrota genera preguntas, reflexión y necesidad urgente de revancha, o al menos de volver a competir. No, en la derrota no dan ganas de convivir, o, por lo menos, de convivir con quienes no estuvieron involucrados en el tropiezo.
Lo escribió Don Ángel Cappa hace ya varios años: "Lo que hasta ahora daba resultado, es todo lo contrario. La hora de la frustración. Cuando uno tiene la impresión horrible de no servir para este oficio... uno se siente torpe, inútil y hasta avergonzado".
Es inevitable, diría yo es hasta necesario, luego de tantas publicaciones, videos, discrepancias, coincidencias y disputas, abordar el tema del respeto a la derrota y su procedimiento para convertirlo en algo útil.
¿Se acepta saludar, felicitar, abrazar, intercambiar camisetas y reír con el rival inmediatamente después de que te ha vencido? Sí, desde luego que se acepta, pero es algo así como la validez de tomar alcohol. Claro que sí, el tema es la cantidad, la ocasión, los efectos y hasta la prudencia.
De la misma manera que cuando hago el bien, me siento bien, y cuando hago el mal, me siento mal, nuestro cuerpo siente alegría en la victoria y siente malestar en la derrota. No hay vuelta de hoja: se vive de distinta manera de acuerdo al grado de protagonismo que se tuvo en la contienda, o al grado de pasión con que se vive a la distancia, por lo que resulta un tanto incongruente (y hasta contradictorio) festejar cuando se pierde y dramatizar cuando se gana. Simplemente no cabe.
En tiempos donde debemos evitar toda clase de violencia, o al menos no fomentarla, parece una sensatez aplaudir la convivencia de quienes se supone son acérrimos rivales y, al término de la batalla, sonríen y demuestran empatía, sin importar el resultado.
Soy de los que piensan que Chivas y América deberían ser antagónicos en todo: colores, marcas, patrocinadores y televisoras... soy de quienes no ven con buenos ojos el traspaso de jugadores entre ellos y soy de quienes piensan que, una vez que te has encariñado con alguno de esos escudos, no hay lugar en tu corazón para encariñarte del otro, si acaso llegas a formar parte de su nómina.
"Indudablemente, el momento de la derrota es la prueba donde se miden los hombres... hay que darle la mano a los jugadores, ayudarles a levantar, cuando uno sólo quiere pedir ayuda a las hadas milagrosas, cuando uno sólo tiene dudas y especialmente angustia", escribe Cappa más adelante en "La Intimidad del futbol".
Y es que más allá de las risas, los intercambios de camisetas y la falta de solidaridad con el resto del equipo (que se refugia en silencio ya dentro del vestidor), se cuestiona el código que incluye guardar luto por lo que se acaba de vivir, junto al resto del plantel y en respeto a los millones que apostaron y confiaron que se podía ganar.
Hablemos aquí, pues, no de las actitudes ni el pasado de los futbolistas, sino del dolor por la derrota, que se incrementa mucho más ante tu acérrimo rival.
Twitter: @FELIXATLANTE12 |