Es tan simple como esto: futbolistas que no saben ser futbolistas o que juegan al futbol por el simple hecho de cobrar dinero no entienden el valor de su profesión y tampoco lo afortunados que son.
Son futbolistas por lo que implica ser futbolistas: fortuna, comodidades, fama y todo lo que el juego implica hoy en día para aquellos que lo practican. Los valores, la educación, el respeto se quedan al margen. Ya ni hablemos del "amor por la camiseta", algo que no conocen y jamás conocerán.
Oribe Peralta fue "el mejor" jugador de Chivas en el Clásico porque se encargó, una vez que el silbatazo final sentenció la grisácea victoria del América y el pobre desenvolvimiento del Guadalajara, de aglutinar toda la ira del aficionado rojiblanco.
Un futbolista veterano, histórico, legendario para el futbol mexicano, que acaba de perder un Clásico aparece ante las cámaras de la televisión platicando y riéndose con sus colegas y ex compañeros del América.
¿Cuántos -pregunto- cuántos millones de aficionados de Chivas estaban todavía con "la herida abierta", con el dolor que significa perder un partido tan tradicional y de tanto orgullo? ¿Le importó eso, acaso, a Peralta?
No se trata tampoco de confundir o satanizar a Oribe. Chivas perdió el Clásico porque no tuvo el futbol suficiente o quizá porque volvió a demostrar que su plantel vive en una casi eterna confusión de valores. La mayor parte de ellos, no entiende lo que significa el escudo de Chivas y la camiseta a rayas rojiblancas.
Juegan en el Club Deportivo Guadalajara porque les pagan y les pagan bien. Ya antes hemos vivido de episodios graves de indisciplina, donde se ha reflejado que el jugador no está consciente de qué terreno pisa y cómo debe ser su comportamiento. Puede que sea un problema ocurrente a partir de la formación del jugador.
Elementos que proceden de clubes pequeños, donde toman por costumbre ese tipo de actos sin que tengan una repercusión importante. Chivas se gastó una fortuna -alrededor de 40 millones de dólares- en reforzar a este equipo y, hasta ahora, los resultados han estado muy debajo de las expectativas.
El futbolista de hoy, salvo raras excepciones, es un mercenario. Va a donde haya más plata, le representa poco o nada lo que sienta el aficionado y no sabe -por ignorancia- que de ese aficionado se obtiene su sueldo.
Se ha vuelto, además, prepotente, caprichoso. Cree que la fama y el dinero lo son todo y muchas veces la mediocridad de nuestro futbol le permite trotar, hacer un par de jugadas y sentirse satisfecho. Está listo, entonces, para salir en las redes sociales con el auto deportivo último modelo, en el club nocturno de moda, con una botella en la mano sin importarle que tipo de daño la está provocando a su cuerpo que es el que le permite jugar al futbol.
Si no "aman" ni cuidan su profesión, mucho menos tendrán espacio para "amar" y cuidar la camiseta del club que representan. Los jugadores de hoy -insisto, salvo honrosas excepciones- ven por su beneficio personal, dónde ganar más dinero, cómo obtener los recursos para sacarle más provecho a su profesión. Los valores, los códigos, la historia y el respeto pasan a segundo término.
No son las risas de Oribe, de Antuna y de los jugadores del América al finalizar el Clásico lo que verdaderamente importa. Lo que verdaderamente molesta es el "valemadrismo" de perder un partido tan importante y andar como si nada hubiese ocurrido. ¿Futbolistas o mercenarios?
Twitter: @Faitelson_ESPN |