Quienes han pasado por la dirección de Selecciones Nacionales saben que los desacuerdos y negociaciones son cuento viejo.
Se sabe futbolistas que teniendo el sueño de jugar en el Tri, no se enteraron de alguna convocatoria porque sus directivos atajaron a tiempo el llamado, dada la frecuente costumbre de consultar con los clubes antes de hacer pública la lista de elegidos.
No es que así suceda siempre, pero el forcejeo entre equipos y Selección se da por naturaleza: aquellos pagan los contratos de los jugadores y los representativos nacionales hacen usufructo de ellos.
Lo que permite entonces que la relación exista es, por un lado, la obligatoriedad que impone la FIFA, fechas determinadas cada año y la conveniencia de tener una buena representación internacional.
El partido de ayer no era fecha oficial y eso siempre enturbia.
Entonces, con un rival emergente ante la negativa de Costa Rica, la reticencia de algunos equipos para prestar a sus jugadores -con Miguel Herrera como primera voz- y la debilidad tanto actual como histórica de Guatemala, el partido de anoche sirvió sólo para ir aflojando los músculos y meter algunos golecillos.
En una situación como la que se vive, todos los involucrados tienen que poner un poco de su parte para que las cosas funcionen.
Todos tienen una parte de la razón: se jugarán partidos de la jornada sin algunos seleccionados, que suman sus bajas a las de lesionados y contagiados que cada semana ofrecen noticias. Eso no puede gustarle a ninguno de los involucrados.
Pero por otro lado, a la eterna queja por los flojos adversarios que suele tener el Tri, aparece una visita a Holanda para enfrentar a un adversario de calidad. Pero Gerardo Martino tampoco cuenta con las condiciones razonables para hacer su trabajo.
En las juntas de directivos es común escuchar la quemada frase de que el apoyo a la Selección es absoluto. Hay quienes lo dicen sinceramente y quienes aprietan los dientes para no morderse la lengua. Eso también es normal.
Conclusión: lo que está pasando hoy es un estereotipo; una conducta que se repite. Que se asuste el que quiera.
Los comentaristas también sabemos qué decir, de qué lado inclinarnos. Disponemos de material para amarrar navajas y reaccionamos como si todo esto fuera nuevo.
Fue Juan Dosal en la época del 86, si la memoria no falla, que llamó a la Selección "el equipo de todos".
Esa buena frase tiene dos filos: el bueno, la parte metafórica correspondida por la espectacular convocatoria al acercarse un Mundial.
El malo, que es cierto: al ser de todos -directivos, entrenadores, jugadores- se meten muchas cucharas a la olla y se hace una mezcolanza intrincada cuando se está lejos de la Copa del Mundo.
Lo que es simple, se convierte en complicado y desaparece la capacidad de mediación.
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