Poco a poco la Copa va adquiriendo mayor importancia en el futbol mexicano.
En la medida en que varios equipos la han encarado con mayor seriedad, sobre todo algunos de Primera División, ha ido incrementándose el prestigio de este torneo.
Ciertamente, para seguir mejorándolo hace falta, entre otras cosas, cambiar el formato para que desde el arranque se lleven a cabo enfrentamientos directos, quizá de ida y vuelta, y así pasar de 32 a 16, de 16 a 8, de 8 a 4, de 4 a 2... para finalmente sacar al campeón.
Pero mientras los encargados de hacerlo se deciden a pulir este torneo para hacerlo más atractivo, un buen paso han dado aquellos equipos que han decidido otorgarle mayor importancia al encararlo.
Del generalizado menosprecio inicial, paulatinamente se ha pasado a entender el provecho que puede sacársele a esta competencia.
O para mejorar el rendimiento de los equipos y sus probabilidades de éxito en la Liga, o para darles a otros jugadores la oportunidad de mostrarse y por lo tanto aspirar a pelear por la titularidad en el torneo más importante.
En la actual edición, que ayer arrojó al primer semifinalista y hoy arrojará a los otros tres, se ha confirmado la utilidad de este torneo cuando técnicos y jugadores saben cómo aprovecharlo.
Poco a poco va desapareciendo ese rechazo inicial de quienes argumentaban que dos partidos por semana son muchos, cuando en realidad puede resultar mejor para los futbolistas esa rutina semanal de dos juegos con los necesarios ajustes y la dosificación de los entrenamientos.
Así, han ido dándose los pasos necesarios para generar esta especie de círculo virtuoso con respecto a ese torneo.
Primero elevar la Copa, para después enriquecer el propio prestigio al conseguir alzarla.
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