Cada anécdota que cuentan hacen que se les llene la boca y les brillen los ojos.
Hasta aquellos que salieron de ahí peleados porque las relaciones humanas son así, recuerdan y viven cada una de sus vivencias como si el tiempo hubiera vuelto y cada gol, cada hazaña y cada tragedia estuvieran ocurriendo en el justo instante en que la memoria les concede la gloria de la repetición.
No solamente los veteranos del América, sus directivos, su dueño, sus personajes, han sido marcados de por vida con los colores del club.
También los aficionados, propios y ajenos, llevan en su sangre parte de esos genes americanistas. Sea como parte de su ADN que les hace ver su vida futbolera desde ahí, o sea, como anticuerpos para no ser contagiados por el equipo al que odian.
Todo ser viviente en el futbol mexicano tiene que ver con el América. Ganarle es diferente a hacerlo frente a otros. Y las derrotas duelen más cuando se producen ante el cuadro de amarillo.
En la concepción pensada cuando lo adquiere la familia Azcárraga, aparece el villano que necesitaba el reparto del futbol mexicano tras la salida del España y el Asturias que ocupaban un lugar vencedor y antagónico.
América tenía que ser el antagonista de los equipos del pueblo, de los mimados de la época para hacer contrapeso con las grandes contrataciones que hiciera y con los títulos que debía ganar.
El equipo del Lobo Solitario se fue convirtiendo en una banda llena de estrellas que tenía dos misiones: ganar y gustar; conseguir títulos, pero dando espectáculo.
Tuvo personajes como el entrañable José Antonio Roca que interpretó con perfección la partitura. Antes, a Fernando Marcos quien con su ironía ayudó a formar el Clásico frente a las Chivas.
A Enrique Borja, arrebatado de los incipientes Pumas que tenían en él a uno de sus primeros ídolos y a Carlos Reinoso, el mejor de los mejores que han llegado a México.
Aumentado para lo bueno, defenestrado para lo malo, el América no pasa nunca inadvertido. Y es el único cuyas derrotas ofrecen tanta alegría a los ajenos como las victorias a los propios.
Alguien preguntó qué calificativo merecían las Águilas -antes Cremas, Canarios, Millonetas- a un grupo de tertulianos. "Odioso", dijo uno. "Vencedor", agregó el siguiente. "Burgués", completó el tercero.
América, para quien esto escribe, es imprescindible en el futbol mexicano. Es la fuerza opuesta, el gran veterano que hoy tiene más títulos que nadie, el envidiado y repudiado, el chico guapo de la colonia que despierta suspiros, envidias, filias y fobias.
El equipo centenario que goza de cabal salud y larga vida. El club que hasta en los peores momentos ha sabido perfectamente jugar su papel.
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