Cada cuatro años, durante un mes, el tema del deporte mexicano adquiere especial relevancia.
Sólo durante un mes cada cuatro años, porque durante los otros 47 meses deja de ser asunto prioritario o tema relevante.
El problema es que ni siquiera durante ese mes el asunto es abordado desde el adecuado punto de vista.
Una y otra vez se habla solamente de los atletas de alto rendimiento y de las pocas medallas que estos ganan en cada edición de los Juegos Olímpicos, pero no de la verdadera pobreza deportiva de México.
Ciertamente, muchas cosas deben modificarse para aspirar a mejores resultados olímpicos.
Más educación, mejor alimentación, entrenadores más capacitados, auténtico apoyo a los mejores deportistas, temprana detección y oportuno desarrollo de los distintos talentos, procesos selectivos más justos y transparentes en cada disciplina y de parte de cada federación.
En lugar de todo eso, lo que hay son cacicazgos, cotos de poder, flojos planes sexenales sin visión alguna, con parte del erario disponible para el ilícito enriquecimiento de unos cuantos, con los más altos puestos de dirigentes del deporte utilizados para saldar compromisos adquiridos o quedar bien con los amigos de turno.
Y en el origen del inestable rendimiento de los deportistas de alto, la falta de la debida cultura deportiva, el menosprecio hacia la práctica del deporte, la incapacidad para cabalmente entenderla como requisito indispensable para la formación integral de cualquier persona.
Un pueblo líder en obesidad infantil no puede aspirar al liderazgo en oros, aunque en ese renglón sean los estadounidenses, por muchos otros motivos, la excepción que confirma la regla.
Es decir, que no se pueden pedir tantos ganadores en la parte alta de la "pirámide deportiva" si no se trabaja lo necesario para fortalecer su base.
Una larga tarea... que por estos mexicanos lares todavía no empieza.
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