Amables aficionados: al perder Tom Brady la apelación de su suspensión, los 32 dueños dieron un respiro de alivio, incluyendo, aunque lo niegue, el de Nueva Inglaterra. Porque lo que estaba en juego no era la nimiedad de los balones desinflados, sino un elemento básico del funcionamiento de la Liga, la capacidad de castigar, justa o injustamente, a quien decidan.
Imaginen ustedes una plantación con 32 parcelas, cada una con su dueño. Cada dueño escoge a sus trabajadores pero entre los 32 seleccionan al comisionado, quién es en realidad el capataz de la finca, el que, látigo en mano, recorre diariamente la hacienda para mantener el orden y la disciplina. Fue un error histórico enorme del sindicato de jugadores el haber aceptado, en el contrato colectivo, darle al capataz el poder total sobre la planta laboral. Solo los jugadores de Pittsburgh se negaron a firmar alegando, y con razón, de los poderes dictatoriales que otorgaba.
Por eso, en los tribunales casi no se debatió el tema de los balones, la ciencia demostró claramente el porqué de las variaciones en la presión. Si ustedes corren su auto en un día caluroso, la presión en las llantas aumentará por la expansión del aire, mientras que, en un día frío, sucede lo contrario. Son las leyes de la física. Lo que se disputaba era si el capataz podía, a su capricho y apoyado en el contrato, dar latigazos a quien se le ocurriera. Y la corte le dijo que sí, y los dueños disfrutaron más sus Mint juleps ese atardecer.
Habrá orden y paz en la plantación, en la que cada año se otorga un trofeo al que haya tenido la mejor cosecha. Los perdedores, sin embargo, no se acongojan mucho ya que, en la mejor tradición de camaradería, la casi totalidad de los ingresos de la hacienda se reparten en partes iguales. Y no deja de llamar la atención que cuatro jueces vieron el caso y 2 fallaron para Brady y 2 para la Liga. Con la misma evidencia y argumentos se dividieron al 50% por bando, ¡qué claridad legal!
Para este caso, Brady era solo un trabajador más y en rebeldía por quererse defender de la injusticia. Y eso no se iba a permitir. Así, después de casi dos años de lucha, vuelve la paz al latifundio. Los trabajadores están en sus campos, los dueños aprestan las máquinas registradoras, y el capataz vigila, vigila.
Por ahora, hacemos una pausa...
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