La Selección Mexicana pagó, vergonzosamente y antes de lo previsto, un precio que se preveía inevitable.
Ante un conjunto chileno que lució mejor que nunca, el cuadro mexicano ofreció la peor de sus actuaciones en la historia tricolor.
Un desconcertado equipo al que en cada partido lo ponen a jugar distinto, fue inexorablemente aplastado por otro que desde hace rato sabe a la perfección a qué juega.
Mientras unos se la habían pasado "rotando", los otros llevaban tiempo jugando.
Una imperdonable, vergonzosa derrota que sirvió para exhibir a plenitud el deficiente manejo de la Selección Mexicana a diferentes niveles.
Primero en la cancha, la eficiente escuadra chilena exhibió implacablemente lo que de antemano podía saberse que tarde o temprano causarían esas aplaudidas "rotaciones" de Juan Carlos Osorio, tan festejadas y solapadas en su momento, cuando muy pocos fueron capaces de juzgar más allá de los buenos resultados, para nada acordes con el cuestionable desempeño.
Y esa escandalosa derrota, ¡la más holgada en la historia de partidos oficiales de la Selección Mexicana!, sirvió también para desnudar la nula capacidad de quienes supuestamente están para revisar el trabajo del director técnico tricolor en turno, de quienes deberían impedir que cada entrenador tome como su juguetito al máximo representante de nuestro futbol y con él experimente como le venga en gana, se la pase rotando a placer y convoque a quien se le antoje sin explicar claramente por qué.
Si a nivel de clubes los técnicos pueden hacerse los innovadores e inventar lo que quieran y como les plazca y se los permitan quienes les pagan, en el "equipo de todos" (tradicionalmente muy mal manejado por unos cuantos) debería existir otro tipo de rendición de cuentas.
Es cierto que entre Osorios al que primero debería exigírsele que rindiera cuentas es al que tiene el Chong como segundo apellido; pero si éstas no son rendidas en ámbitos más importantes, que por lo menos lo sean en el futbol.
No hay que ser.
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