Después de 13 jornadas, la parte alta de la clasificación refleja con fidelidad el desempeño de cuatro equipos.
Sin duda alguna, los mejores han sido, en ese orden, el Monterrey, el América, el Pachuca y el León.
En cambio, en este momento el 8 se ve mejor que el 5, el 6 y el 7.
Las Chivas gozan actualmente de un magnífico estado futbolístico, están a salvo del descenso en este 2016 (con un buen colchón de protección para el 17) y por primera vez en el torneo se ubicaron en zona de clasificación, sacando de ella a los otrora poderosos y ahora lastimosos Tigres.
Pero más allá de los números, lo que sorprende de este Guadalajara es el futbol que está desplegando, tan distinto del que desplegaba; un futbol consistente, ordenado, rápido, incisivo, equilibrado, eficiente y alegre.
Un futbol que en una Liguilla le alcanzaría para competir con todos y aspirar a vencer a cualquiera; incluso al mejor de los equipos en lo que va del torneo, el Monterrey, como quedó plenamente demostrado hace menos de un mes en el mismísimo y esplendoroso estadio rayado.
Al ver a este sorprendente Guadalajara se comprueba que en el futbol el progreso de un equipo no siempre es paulatino y gradual, sino que a veces puede producirse también un abrupto brinco de calidad, como sucedió en este caso.
Tras jugar mal, no se juega bien como por arte de magia ni de la noche a la mañana; pero sí, de la noche a la mañana y como por arte de magia, algunas veces los jugadores entienden y se convencen de lo que deben hacer y de cómo hacerlo, y muy pronto ese pleno convencimiento empieza a rendir frutos.
Y si en otros lares puede no alcanzar para mucho ese brinco de calidad que lleva a un equipo a jugar en su nivel óptimo seis o siete partidos seguidos, en el futbol mexicano basta a veces para meterse en una Liguilla... o para ganar un título.
Cuestión de brincar a tiempo.
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