Para juzgar la labor de cualquier director técnico primero hay que saber cuál es el potencial del plantel con el que cuenta.
Después, distinguir qué tanto logra ir plasmando en la cancha su idea futbolística (suponiendo que la tenga), y cuál es la tendencia manifestada en el desempeño del equipo.
No sólo si gana, empata o pierde, sino qué tanto sabe a qué jugar y en qué medida mejora o empeora en su juego.
Principios esenciales que suelen ser ignorados, o no cabalmente entendidos, por la mayoría de los dirigentes en el futbol mexicano.
Como a veces no le entienden a todo eso, interrumpen procesos bien encaminados, o les dan a otros más tiempo del que merecen y ameritan.
Una ejemplar excepción es el actual caso del Monterrey, en donde se le ha dado al proceso de Antonio Mohamed el debido tiempo de maduración.
A pesar del fracaso en el anterior torneo, los dirigentes rayados supieron detectar o intuir las posibilidades del equipo si éste lograba plasmar en la cancha lo que su técnico pretendía, y como resultado de ello el Monterrey se ubica actualmente, con todo merecimiento, como líder de la competencia.
Por el enorme poderío de su plantel, por la incuestionable capacidad de su director técnico y entrenador, y porque los dirigentes acertaron en el diagnóstico.
A qué nivel se puede hacer jugar al equipo con lo que se tiene, qué tanto se aprovecha ese material futbolístico, cuál es la tendencia que se va dibujando conforme el trabajo va surtiendo efecto, qué momento atraviesa determinado proceso y hacia dónde se encamina.
¿Será tan difícil distinguirlo?
Muy sencillo para quienes sepan de futbol... pero imposible para los que no.
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