Sin lugar a dudas es la razón lo que nos hace diferentes al resto de las especies, la razón para creer y amar, pero también para odiar y rechazar. Es la misma razón lo que hizo creer a un grupo de futbolistas salvadoreños, encabezados por un relajado y creyente director técnico (quien no duda en autonombrarse "Primi"), que eran capaces de salir con la frente en alto del escenario más imponente que jamás hayan pisado dentro de su profesión.
A veces tu mejor virtud es tu peor defecto y esa es justamente la fortaleza-debilidad que representa nuestro imponente Estadio Azteca. El apoyo y la energía de hasta cien mil hoy es también el riesgo latente de la desesperación y la exigencia, cuando la Selección Nacional no se impone con claridad (de nuevo la razón).
Nuestra tolerancia y capacidad de convivir se pone a prueba de manera exacta en un partido de futbol, a través del máximo reto que tenemos los seres humanos hoy en día: soportar que el prójimo piense diferente a nosotros.
Suponemos que tenemos la verdad en nuestra creencia religiosa, en nuestros colores, en nuestras demandas, en nuestros valores, en nuestras actitudes y en nuestras tradiciones... y si no, la violencia es el camino antes que la tolerancia. Justificamos hasta las acciones que nos hacen miserables. Y es que resulta imposible separar la intolerancia que desprende un insulto en la tribuna o una agresión dentro del terreno de juego, de la intolerancia que lleva a un grupo radical a matar, a sangre fría, a inocentes que disfrutan de un concierto o toman un trago en las calles de París. Violencia al fin y al cabo que solo genera más violencia.
Qué bella puede ser la razón expuesta a través de la derrota "exitosa" de un grupo de futbolistas cuscatlecos que representan a un país del tamaño del Estado de México. Cuan ejemplar puede ser la razón de ese representativo, convocado para una misión casi imposible y superado en prácticamente todos los rubros, que fue capaz de terminar el encuentro sin una sola tarjeta amarilla... qué conmovedora puede ser la razón de un equipo de futbolistas profesionales que desempeñan su oficio bajo condiciones extremadamente limitadas y lamentablemente reprimidas.
Cada quien elige sus batallas y cada quien determina sus derrotas o sus victorias de acuerdo a sus potenciales. No es de todos los días, tras un 3-0, encontrar ambos equipos abandonar el estadio con una sonrisa. Los ganadores por iniciar, como en cada una de las Eliminatorias Mundialistas que han disputado, con una victoria. Los perdedores, por demostrarse a sí mismos que fueron capaces de resistir a un enemigo, un entorno y una realidad que desde cualquier ángulo representaría una diferencia mucho mayor.
Parece que la razón es el gran don que se nos ha otorgado a los seres humanos para crear y cooperar, pero también es nuestro peor defecto para destruirnos. A través del instinto sabemos lo que está bien y lo que está mal, a través de la razón decidimos alterarlo. Después de una jornada tan sangrienta en París, resulta reconfortante y esperanzador ser testigo de una noche llena de esa razón que deseamos ver a todos niveles, como la que nos mostraron México y El Salvador en el Estadio Azteca.
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