La Selección Mexicana inició ayer su participación en el cuadrangular eliminatorio del que saldrán dos equipos rumbo al hexagonal definitivo.
Como podía suponerse, los tricolores obtuvieron sin mayores dificultades sus primeros tres puntos a costillas de la modesta escuadra salvadoreña.
Ahora, el próximo martes, el equipo dirigido por Juan Carlos Osorio presentará su verdadera primera prueba, cuando visite al conjunto hondureño.
De los 18 puntos posibles en esta fase, sólo en ese partido del martes podría más o menos perdonarse que se perdieran tres.
Si la lógica se impusiera, la Selección Mexicana obtendría por lo menos 13 de esos 18 puntos, producto de cuatro triunfos, un empate y una derrota.
Que esa única derrota se produjera en Honduras resultaría más o menos admisible, como imperdonable sería que el equipo mexicano no obtuviera con holgura el primer lugar en este cuadrangular de la concakafkiana zona.
Ciertamente, a jugadores y técnico les corresponde ser muy respetuosos con los otros equipos, no menospreciarlos un ápice.
Pero a los simples observadores del juego lo que nos corresponde es señalar lo evidente: considerando la enorme distancia entre infraestructuras y potenciales, sería vergonzoso que a la Selección Mexicana se le complicara en cualquier medida el cuadrangular que ayer inició.
Si cada partido se encara con la debida seriedad, respetando al adversario en el discurso pero haciéndole ver en la cancha la indudable diferencia de niveles, esta penúltima fase eliminatoria tomará para los tricolores el lugar que le corresponde.
El de un simple cuadrangular de mero trámite, previo a un hexagonal que será un poquito más en serio.
Aunque en realidad tampoco tiene por qué serlo mucho.
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