Una estrella fugaz La madrugada del 26 de junio del 2010, Édgar Arturo García de Dios (septiembre 1 de 1977, México DF) fue encontrado sin vida en Naucalpan, Estado de México, a consecuencia de siete impactos de bala, a bordo de un taxi de su propiedad.
Fuentes de la Procuraduría mexiquense explicaron que el móvil del asesinato pudo haber sido un asalto o un ajuste de cuentas.
Édgar se dedicaba a manejar un taxi que había adquirido junto con un socio y había estado luchando por poner orden en el sitio, sindicalizar al gremio y crear un seguro de vida grupal.
El homicidio permanece sin resolverse.
NIÑO DE ORO Édgar saltó a la fama a los 15 años, durante la Copa del Mundo Sub 17 de Japón. México no avanzó de la fase de grupos, pero un robusto extremo derecho se robó las miradas con un par de goles y su impresionante talento para manejar la pelota.
Uno de los goles se lo marcó a Italia, cuya portería era defendida por un tal Gianluigi Buffon.
Había sido un muy buen estudiante, según relató su papá, Arturo García, en una entrevista para CANCHA en el 2012. Su boleta siempre estuvo repleta de dieces y pudo haber sacado, sin problemas, estudios universitarios, pero lo suyo era el futbol.
Aprendió a jugar en la Colonia Guerrero, donde se crió, en cascaritas en un parque los fines de semana.
Su primer equipo profesional fue el América, pero sus padres se lo llevaron a los Pumas de la UNAM, porque creían que en las Águilas le daban demasiadas oportunidades a los extranjeros y Édgar tendría escasas posibilidades de debutar.
De los 18 futbolistas en ese Mundial de Japón, pocos probaron las mieles de la Primera División: Samuel Terrés, Alfredo Toxqui, Arturo Ortega, Raúl Chabrand, Miguel Carreón, Hugo Chávez, Arturo Tagle y Édgar. Unos con mayor suerte que otros.
Cuando los entrenadores de los Pumas hablaban de Édgar, se referían a él como un virtuoso con el balón y decían que tenía todo el potencial para convertirse en un crack. No había debutado en Primera y ya era parte de la Selección Sub 23, en el proceso rumbo a los Olímpicos de Atlanta 1996.
A los 17 años abandonó al equipo de la UNAM, porque le parecía muy bajo un contrato de dos salarios mínimos al mes, y buscó lugar en el Atlante, donde fue visto por Ricardo La Volpe.
Una tarde de agosto, en la Jornada 1 de la Temporada 1995-1996, debutó en un partido frente al Morelia, en el Estadio Morelos. Todavía no tenía 18 años. Fue titular.
En la Jornada 4 de ese torneo, frente al Toluca, marcó su primer y único gol en Primera División.
SUEÑO EUROPEO Hugo Sánchez jugaba para el Atlante cuando Édgar debutó en Primera y le vio un talento especial, así que se convirtió en su mentor.
Cuando Hugo recibió una oferta para volver al futbol europeo, con el Linz, de la Segunda División de Austria, se llevó a Édgar con él para que hiciera carrera en el Viejo Continente. Se despidió del Atlante, a los 18 años de edad, antes de que terminara el torneo de Liga.
Pero su aventura en Austria duró muy poco. Lejos de su familia, en una tierra extraña y con una lesión de ligamentos que lo dejó fuera del Mundial Sub 20 de Malasia 1997, Édgar fracasó.
Hugo se fue a jugar al Dallas Burn, en la MLS, y lo dejó sin una guía que le ayudara a controlar su estilo de vida. Édgar comenzaba a beber, a entrenar poco y a tener problemas de sobrepeso.
Acumuló apenas 410 minutos en la Liga y el Linz no renovó su préstamo, a pesar de la recomendación y el voto de confianza de Hugo.
PROBLEMAS DE PESO Édgar volvió a México para jugar con el Toluca, en 1997.
Para entonces ya le había hecho mejoras a la casa de su familia, comprado un automóvil del año para él y una camioneta para su papá, quien era taxista.
Los regalos costosos para su madre y las fiestas en la cuadra se convirtieron en cosa de cada semana. Dinero no le faltaba, pues ganaba unos 75 mil pesos a la quincena.
Con los Diablos jugó cuatro torneos y fue campeón dos veces, en el Verano 98 y Verano 99, pero nunca logró convertirse en titular indiscutible. En esos dos años logró llevar a su casa hasta un millón de pesos por concepto de primas.
Pero también se agravó su batalla con la báscula, pues su debilidad por la comida alta en grasas comenzó a afectar su rendimiento en la cancha.
Para el Invierno 99 llegó a los Tecos de la UAG, con 7 kilos de más, por lo que tuvo que someterse a extenuantes jornadas de ejercicio, dosis de carnitina y una dieta rigurosa para lograr contratarse con el equipo. Después de ponerse en forma, pudo debutar hasta la Jornada 6.
Tras un año en la UAG, prestó su carta a las Chivas y esperaba el gran contrato de su vida, pero llegó a la pretemporada con 17 kilos de sobrepeso. No pudo perderlos y tampoco dejó la bebida. Finalmente, no fue contratado.
Su último partido en Primera fue en la Jornada 17 del Verano 2000, en el Estadio 3 de Marzo, frente al Atlante, curiosamente, el equipo en el que debutó.
FALSAS PROMESAS Tras no encontrar trabajo como futbolista, en el 2000, Édgar se quedó un año sin jugar, pero consciente de que debía mantenerse en forma para que algún club le abriera las puertas. Su representante, José Manuel Sanz, quien cuando se fue a Austria lo tenía en un pedestal, se había esfumado de su vida.
También las llamadas de Hugo, su mentor, habían cesado. Poco quedaba de aquel chico que partió con rumbo a Austria en busca del convertirse en una estrella del futbol.
Con Héctor Miguel Zelada como agente, fue contratado por el Veracruz, de la Primera A, para el Verano 2001, pero tampoco brilló. Su último partido con los Tiburones fue una promoción para el ascenso, de nuevo frente al Atlante.
Además de la bebida y el sobrepeso, Édgar comenzó con el hábito de las apuestas, pero no tenía muy buena suerte, así que perdió grandes cantidades de dinero, que para ese entonces ya no abundaba.
En el 2002, como dueño de su carta, apalabró un contrato con el León, pero un día antes del cierre de registros la directiva le anunció que no tenía dinero para cubrir los 100 mil pesos mensuales que le había ofrecido. Sólo le daba 6 mil, así que Édgar decidió parar. Tenía 23 años.
EL RETIRO Tras llorar su adiós al futbol profesional en un parque, acompañado de su esposa, Giovana Sánchez, Édgar decidió aferrarse al deporte y, con todo y su sobrepeso, derrochó talento en equipos llaneros, que le pagaban de 500 a 3 mil pesos por juego.
Los partidos, sin embargo, no eran tan frecuentes como necesitaba su familia, así que decidió probar suerte como técnico, con las Serpientes de Chiconcuac, de la Tercera División, pero tampoco tuvo éxito.
Al final, decidió entrar al negocio de su padre y manejar un taxi.
A los 29 años ya pesaba 110 kilos, sin embargo, motivado por la noticia del primer embarazo de su esposa, se sometió a una liposucción. Bajó 30 kilos, pero volver al futbol ya era imposible para él.
El alcohol y las apuestas terminaron con su patrimonio y, cuando murió, los ahorros de la AFORE que acumuló como futbolista ascendían apenas a 56 mil pesos, de los cuales la mitad fueron para su madre y la otra mitad, para su esposa.
Con el taxi ganaba entre 3 y 4 mil pesos a la semana.
Giovana se quedó al cuidado de los dos hijos que tuvo con él y la esperanza de que se haga justicia, pero sobre todo que Édgar sea recordado como el talentoso futbolista que un día fue.
A las autoridades les dijo que su esposo era un trabajador honesto, que no tenía enemigos ni deudas.
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