Ya se jugó gran parte de la Jornada 11 de este Torneo de Apertura de la peculiar Liga MX.
Un torneo cuyo nivel futbolístico había sido alentadoramente elevado en las primeras jornadas, pero que poco a poco ha descendido, al margen de lo exhibido en los partidos de ayer.
Sólo dos o tres equipos garantizan un mínimo de rendimiento, y la mayoría es inconsistente en su juego de partido a partido, o incluso dentro del mismo.
Todos son capaces de vencer a todos, pero también de perder con cualquiera, porque al bienvenido equilibrio de fuerzas (y debilidades) se le suma la imperdonable inconsistencia en el desempeño de la mayoría.
Un líder puede enfrentar al colero y no sólo ser vencido sino además aplastado por éste, como le ha sucedido al León.
Navegan en la mediocridad equipos como Pachuca, Querétaro, Atlas y Xolos, ni a ella llegan el Santos-Laguna o los Dorados, no encuentran su mejor futbol otros como el América o el Monterrey, las Chivas hacen lo que pueden con lo que tienen... y el Cruz Azul arrastra en la cancha un prestigio que desde la oficina sus propios dirigentes se encargan de manchar con sus increíbles decisiones (primero se equivocaron al elegir a Sergio Bueno, después se tardaron en quitarlo y finalmente lo hicieron en el momento más inoportuno posible).
De esa inconsistencia más o menos se salvan los Pumas, que pueden ganar o perder, pero casi siempre lo hacen jugando a similar nivel, como en la anterior jornada acaban de confirmarlo ante esos poderosos Tigres que en la cancha de CU jugaron como si fuera una Final... como las que juegan ellos.
En términos generales, con excepciones como ésa de los Pumas y tal vez las del Toluca y el Veracruz, los equipos transitan por alarmantes altibajos en el rendimiento.
Y los árbitros, para no quedarse atrás, le abonan a su propio lucimiento regalando penales, dejando de marcar otros, perdonando tarjetas, abaratando otras, dando por buenos goles que no lo son, o invalidando los legítimos.
Todo lo anterior, enmarcado por un sistema de competencia que le permite ser campeón prácticamente a cualquiera, porque premia la mediocridad e inhibe la búsqueda de la excelencia.
Futbol a la mexicana.
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