El equipo más popular del futbol mexicano vive uno de los peores momentos de su larga y productiva historia.
Cuando quedan por jugarse 26 partidos (nueve de este torneo y 17 del siguiente), el Guadalajara ocupa el penúltimo sitio en la Tabla del Descenso.
Un punto abajo del Morelia, tres abajo del Puebla y apenas arriba de unos Dorados capaces de modificar su cociente mucho más que los demás, para bien y para mal.
Pero más allá de los apremiantes números, el principal problema en las Chivas es que, para encarar tan aguda crisis, sigue tomando decisiones encaminadas a agudizarla el único que ahí las toma: su dueño, Jorge Vergara.
La más reciente de esas decisiones, a todas luces equivocadas, es esta de quitar a José Manuel de la Torre para poner en su lugar a un director técnico sin las calificaciones necesarias, pero sobre todo sin el indispensable conocimiento del equipo, de sus jugadores y de la Liga en la que compiten.
Unas Chivas al garete, cuyo dueño, increíblemente, decide darle el timón a quien desconoce el barco; encaminándose inexorablemente a un puerto de segunda, aunque de alguna forma, a final de cuentas y del viaje, seguramente terminarán eludiéndolo.
Porque ahora siguen empeñadas en comportarse como chivitas rumbo al precipicio, pero tarde o temprano surgirá lo que sea necesario para salvarlas.
O su propio juego, o las oportunas manitas arbitrales, o los convenientes cambios de reglas de los federativos para evitar que desciendan.
Ojalá sea el futbol que lleguen a desplegar en la cancha lo que las salve.
Porque si fuera por lo que hacen en la oficina, desde hace rato estarían descendidas.
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