Esta noche los Tigres tienen a su alcance el título de campeón de la Copa Libertadores.

Es decir, la gloria futbolística.

Tan cerca y a la vez tan lejos. Solamente 90 minutos, o quizá unos cuantos más, los separan de lo que sería, en la historia de nuestro balompié, el mayor logro a nivel de clubes para un equipo mexicano.

Un objetivo al que en su momento se acercaron mucho las Chivas, aunque no tanto como ya se había acercado el Cruz Azul.

Una oportunidad de ésas que en el futbol se presentan muy de vez en cuando, o no se presentan nunca.

Para aprovecharla, será indispensable que los Tigres jueguen muy cerca de su nivel óptimo, que hagan valer en la práctica el potencial de un plantel que en la teoría parece estar por encima del plantel del River Plate.

Si cada jugador se desempeña como sabe hacerlo, y además exhibe el equipo de Ferreti la madurez, el orden, la convicción, la personalidad y la eficiencia colectiva que lo han distinguido en este torneo, contará con buenas probabilidades de éxito a pesar de no haber aprovechado en el partido de ida su condición de local y por lo tanto estar obligado a definir el asunto en la cancha del rival.

Un adversario con mucho oficio para defender y para manejar cualquier partido mientras en éste prevalezca el marcador que le conviene, pero que ahora sí intentará jugar en toda la cancha y tratará de esgrimir en sector ofensivo todos los argumentos que se guardó en los primeros 90 minutos en el Estadio Universitario.

Un contrincante argentino poderoso y decidido, pero evidentemente con más historia que presente, ante unos Tigres dispuestos a luchar contra esa historia y contra la del torneo, para así escribir en la propia la más brillante de todas las páginas.

La gloria en la otra orilla, nada más cruzando el River.

Queda por verse si los Tigres son capaces de cruzarlo jugando su mejor futbol, porque con ése les alcanzaría para llegar como campeones a tan gloriosa orilla.

Si no es ahora... ¿entonces cuándo?

 
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