Cada 16 de julio la prensa uruguaya se llena de titulares conmemorativos de la hazaña de Maracaná. Esta vez la gesta pasó a un segundo plano, porque ese mismo día el héroe, el hombre que con su gol creó el "Maracanazo", decidió dejar de respirar. Para que lo recordaran para siempre, lo hizo en una fecha que se transmite de generación en generación entre los uruguayos, como si se tratara de las batallas ganadas por su prócer José Artigas.
Alcides Edgardo Ghiggia tenía 88 años y una novia 45 años más joven que él. La había conocido dándole clases de manejo. Es que el veterano jugador se había avecindado en una ciudad cercana a Montevideo después de enviudar de su segunda esposa. Allí al reconocerlo le ofrecieron el empleo como una forma de ayudarlo a sobrevivir. Su primera alumna tenía entonces 23 años y fue con ella con quien vivió sus últimos días. "La madre no me quería, por la diferencia de edad. Pero ya me quiere", confesó una vez.
Pese a ser el ángel celeste de la victoria, Ghiggia vistió una docena de veces esa camiseta y anotó cuatro goles, todos en el Mundial de 1950.
Al niño Alcides le encantaban los aviones. Hubiera querido ser piloto para ir de un lado a otro por el mundo. La pelota le dio ese gusto.
Aunque terminó viviendo en una modesta casa, tuvo tiempo para codearse con el lujo y los reflectores. Eso ocurrió cuando, suspendido durante 15 meses por dar una trompada a un árbitro en Uruguay, lo transfirieron a la Roma donde jugó ocho años y luego en el Milan. La gloria de Maracaná lo había llevado a la "dolce vita": autos deportivos, mujeres hermosas, fiestas con la jet set del cine italiano. Hasta defendió la "azzurra" en el Mundial de Suecia de 1958.
Cuando volvió a Uruguay siguió corriendo tras una pelota hasta los 42 años. El Estado uruguayo le dio un empleo de vigilante en un casino de Montevideo.
Hace tres años estuvo por casi dos meses en coma inducido después de que el ex profesor de manejo y su alumna chocaran contra un camión. Pero no se iba a rendir en ese momento. Tenía que ir a Brasil a participar en el sorteo del Mundial. Lo hizo y hasta se le cayó un bola, que rodó por el escenario.
Para terminar su casa subastó un trofeo de oro que ganó en Italia. Ghiggia cobraba las entrevistas y hasta prestaba su imagen en eventos privados y publicitarios. Repetía hasta el cansancio aquello de que solamente tres personas habían hecho enmudecer a Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y él.
Se fue el último sobreviviente del partido célebre para los uruguayos e intensamente trágico para los brasileños. Eligió el mismo día que le dio la gloria para eternizarse doblemente en la memoria futbolera.
Ahora están todos en el cielo. Puede empezar el partido.
San Pedro se ha ofrecido para ser el árbitro.
¡Ojo, Alcides! Nada de trompadas.
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