Hoy va la Selección Mexicana en pos de ese primer lugar del que se alejó el domingo.
En esta Fase de Grupos de una Copa Oro en la que como siempre varios han enseñado el cobre, para los tricolores un lugar que parecía seguro de antemano ahora no lo parece tanto.
Después de su vergonzoso empate ante la rudimentaria escuadra de Guatemala, que supo jugar a tope de acuerdo a sus posibilidades y limitaciones, este conjunto de Miguel Herrera sigue en deuda con el buen futbol.
Además de empezar a pagar parte de esa deuda, para avanzar como primero de grupo necesita hoy una victoria ante los trinitarios, supuestamente menos débiles que los guatemaltecos y por lo tanto capaces de oponer resistencia en toda la cancha y no sólo de replegarse para evitar la goleada.
Por lo pronto el compromiso primordial, que no se cumplió el domingo, es el de jugar como debe hacerlo el máximo representante del futbol mexicano.
Ni más ni menos. Porque tampoco puede exigirse un futbol de excelencia en un país que tan lejos está de la misma en ámbitos más importantes que el de este simple juego.
Ni en el deporte en general, ni en el futbol en particular, puede exigirse mucho en este maltratado México que lamentablemente deambula entre la corrupción, la improvisación y la ineficiencia; entre los que se escapan y los que deberían irse porque en realidad nunca debieron haber llegado.
En este país tan rezagado en otras áreas, no se puede aspirar a un futbol de vanguardia.
Como el futbol de alta competencia no puede aislarse por completo de lo que sucede en el país que lo cobija, sería injusto pedir una Selección Mexicana que compitiera al tú por tú con las máximas potencias.
Pero que tampoco exageren los tricolores y que ahora resulte que ni siquiera pueden entre concakafkianos, guatemaltecos, trinitarios y similares.
Simple y sencillamente, que la exigencia sea la justa de acuerdo a lo que se sabe que el equipo puede.
No hay que ser.
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