Hoy se juega en la Copa América un último partido al que indudablemente llegaron los dos mejores.
A pesar de no haberlo reflejado a cabalidad en el marcador en algunos de sus encuentros, tanto los chilenos como los argentinos fueron claramente superiores a cada uno de los respectivos adversarios.
Es decir, que ambos, en sus cinco partidos, supieron sustentar con su buen juego el camino hacia la victoria; aunque una vez para la escuadra chilena y dos para la argentina el asunto terminara en inmerecidos empates.
Pero además de lo positivo que para cualquier torneo resulta la llegada hasta la Final de los dos mejores (lo que por supuesto no siempre sucede), en este caso lo que más le abona al buen futbol es la postura francamente ofensiva asumida por estos equipos, que le conceden amplia prioridad al desarrollo del propio juego sin preocuparse tanto por impedir que el de enfrente juegue.
Ahí está el ejemplar sustento de estos dos finalistas, y sólo resta esperar que también hoy se imponga y se corone el que mejor futbol despliegue.
Y si de sustentar se trata, un caso tristemente opuesto es el de la actual Selección Mexicana, cuyo pobre futbol está siendo fiel reflejo del que se juega en su Liga.
De esa Liga MX de mediano nivel, en la cual la única constante es la inconsistencia en el desempeño de los equipos, en la que sus principales figuras son los futbolistas extranjeros o naturalizados, cada vez más desmexicanizada, se alimenta inevitable y primordialmente la Selección.
Si en otros tiempos a los tricolores podía reprochárseles que no reflejaran con su juego el futbol que se jugaba en México, ahora no podemos decir que estén por abajo del nivel exhibido en la Liga MX en los más recientes torneos.
Mientras no mejore la propia Liga, para lo cual falta que los de pantalón largo cumplan con varias tareas pendientes (modificar el sistema de competencia, trabajar más y mejor en la formación de futbolistas mexicanos, ampliar las plazas disponibles para esos jugadores forjados en México), no puede exigírsele gran cosa al máximo representativo de nuestro balompié.
Sustentar para mejorar, o resignarse a seguir fracasando incluso en modestos torneos de la concakafkiana zona.
A ver cómo les va en el que ya se les viene encima.
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