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SAN CADILLA
San Cadilla | 01-06-2015
en CANCHA
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Que se vaya ya
 
El dueño del Querétaro ya se convenció de que el dinero invertido en Ronaldinho no fue lo mejor para el equipo, pues si bien le redituó en temas de imagen y promoción, en la cancha fue una tremenda decepción.

Me cuentan que el día en que el brasileño hizo berrinche en Pachuca y se fue por su cuenta en una camioneta tras ser cambiado antes del entretiempo, Olegario Vázquez Aldir iba a rescindir su contrato un día después, por su patética muestra de indisciplina.

Pero un día después, ya con más calma y luego de haber platicado largo y tendido con el técnico, Víctor Manuel Vucetich, aceptó esperar hasta el final del torneo, no para darle una segunda oportunidad, sino para evitar que el escándalo fuera mayor.

Por supuesto que cuando se le llamó la atención al brasileño, haga usted de cuenta que le hablaban a la pared, como que le entraba por una oreja y por la otra le salía.

Qué casualidad que días después volvieron a aparecer los rumores de que había varios clubes interesados en él.

Pues más le vale que llegue a un arreglo cuanto antes, porque, en Querétaro, el amor se terminó hace muuuchos días.

 
 
El ilustre Matosas
 
De verdad que no me imagino cómo es que Gustavo Matosas llegó a hacerse tan amigo de Ricardo Peláez, porque en realidad ambos personajes son muy distintos.

A Matosas le faltaba criterio y el presidente del América, por mucho que sea pasional, siempre ha sido un hombre que sabe escuchar, entiende de razones y es preparado.

Ojalá que el ex técnico de las Águilas lea un poco más y se informe, porque eso de pensar que un niño autista pueda ser un espía en sus entrenamientos, es algo que raya en lo aberrante.

Alguien debería decirle al hoy flamante técnico del Atlas que uno de los principales problemas de estos pequeños es la dificultad para establecer comunicación.

Todo esto vino a mi memoria porque tengo fresco cómo se puso de loco cuando, aún en Coapa, pidió que mandaran sacar un grupo de niños autistas porque no quería que vieran su entrenamiento, diciendo que nadie podía enterarse de lo que sucedía en la cancha, como si ahí se guardaran los secretos más grandes del futbol del futuro.

No sé si lo hizo por cábala, capricho, berrinche o porque simplemente no tenía ni la más remota idea de lo que se trata el autismo.

En fin, que Dios agarre confesada a la gente del Atlas, que afortunadamente va a dejar que el señor luzca su guardarropa, porque, además de todo, al América lo quería sangrar con un trajecito distinto para cada partido.

 
san.cadilla@reforma.com
 
 
 
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