A un equipo le salieron las deficiencias, y al otro las virtudes. Digamos que el tiempo pone a cada quien en su lugar.
Otro partido que América empezó con dudas, en desventaja y con un funcionamiento trabado, se convirtió en la confirmación de la regla: México hila por décimo año el título de Concacaf y es mejor que cualquier rival de la zona.
Y otra: hay un gen en el ADN americanista que se hace notar en los momentos decisivos, cuando se le presentan momentos en que tiene que ganar... y lo hace.
El Impact de Montreal, cuyo nombre hubiera podido ser confundido con cualquier cosa menos con un equipo de futbol, ya tiene su lugar en la escena. Llegó a la Final con esfuerzos, mostró orden, idea, algunos jugadores de ofensiva más que interesantes y sacó del Azteca un resultado que le favorecía para la vuelta.
Pero terminó cayendo todo por su propio peso. Tuvo un punto de quiebre del que ya no se pudo levantar y terminó despedazado por unas Águilas que necesitaban una victoria de esas que sólo en Concacaf ha podido obtener últimamente: por goleada, con contundencia, respirando un tanque de confianza que le llena los pulmones para los siguientes compromisos que son más exigentes en la Liga y a dos jornadas de la serie por el título.
Volviendo a su tono irregular, las Águilas también mostraron dos caras aun en el mismo partido. Pero terminaron como lo han sabido hacer históricamente: poniendo la personalidad por delante y convenciendo a una feligresía que, conforme con lo visto, espera que pueda hilvanar dos o tres partidos sin caerse.
De cara al futuro, lo más trascendente es el boleto al Mundial de Clubes en el que la zona volverá a intentar la soñada actuación de razonable para arriba, y la inyección anímica que han recibido futbolistas cuyo desempeño ha sido inferior al ofrecido antes de su llegada a Coapa. Alguien bromeó diciendo que a los jugadores azulcremas habría de darles el entrenador sólo una instrucción: que jueguen con el América como lo hacían cuando jugaban contra él.
El segundo tiempo de anoche es reivindicatorio: Darwin Quintero respondió a la confianza cuando bien pudo ser cambiado en el entretiempo. Peralta volvió a mostrar su oficio. Benedetto despachó golazos. Moisés aguantó a pie firme cuando le iban a hacer el dos a cero...
El capítulo tiene tintes épicos por la forma en que el torneo es conquistado, pero no es histórico porque simplemente se volvió a la normalidad: un equipo con mayor calidad le suele ganar a otro que tiene menos y México en la zona sigue mandando.
América, feliz, sabe que con volver a esa normalidad ya gana mucho. Ahora tendrá que sostener el nivel que en un rato cambió un partido perdido.
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