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La Dominguera
San Cadilla | 19-04-2015
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Carisma desconocido
 
 
El cabezazo de Francois Omam Biyik que le dio el triunfo a Camerún sobre Argentina en la inauguración de la Copa del Mundo Italia 90 significó un parteaguas para el mercado del futbol africano.

El sobresaliente papel de los Leones Indomables provocó que más equipos europeos voltearan a un continente muy poco explorado, donde miles de jóvenes sueñan con dar el gran paso que les permita mostrar sus habilidades con el balón y tener una mejor vida.

No todos los clubes tienen la suerte de encontrar a Samuel Eto'o, Didier Drogba o George Weah, pero siempre estarán en busca de una joya en un mercado que puede ser bueno, bonito y, sobre todo, más barato.

África es un continente que respira futbol y demuestra un mayor grado de madurez en cada edición de la Copa del Mundo y en las figuras que exporta. Hoy, muchos futbolistas africanos han alcanzado el estatus de superestrellas, pero no siempre fue así.

La fiebre por la búsqueda del diamante africano también llegó al futbol mexicano. Los casos son contados y mucho más los de éxito. Kalusha Bwalya, de Zambia, y Biyik, de Camerún, son el referente y quienes abrieron las puertas, pero otras contrataciones no resultaron tan rentables ni sobresalientes.

Entre los nombres de los futbolistas africanos en el futbol mexicano muy pocos recordarán el de Alexander Moonlight Owhofasa, un nigeriano que tenía, sobre todo, mucha velocidad en las piernas, pero cuyo paso por el Atlante fue demasiado fugaz.

Para ese entonces, la temporada 1995-96, otros africanos habían tenido, en mayor o menor medida, éxito en México en esa década. Hablamos de Isaac Ayipey, Jean Claude Pagal, David Embe, Héctor Simon Moukoko y Josef Marie Tchgango.

Los Potros, entonces dirigidos por Ricardo La Volpe, le abrieron las puertas al nigeriano. Llegó sin reflectores, y muy probablemente, de la mano de algún promotor muy avivado.

Era muy, pero muy veloz, su más grande y quizás única cualidad como deportista, que le habría servido para ser atleta de pista, pero no necesariamente para sobresalir en el futbol y menos de Primera División.

Su técnica no era la mejor ni tampoco su disciplina táctica, pero tenía el talento innegable de ser muy simpático, al grado de que casi nunca faltó en la banca de los Potros.

Llegó tiempo después de la presentación oficial del plantel frente a los medios de comunicación y quizá por eso no existen fotos de él con el equipo, ya que nunca inició un partido.

Llegó solo a la Ciudad de México, sin equipaje siquiera. Según relata Félix Fernández, su compañero en aquel equipo, en su libro "Guantes Blancos: Personajes de Futbol", Owhofasa dijo que la aerolínea le había perdido sus maletas y que no tenía siquiera ropa para ponerse al día siguiente y, mucho menos, zapatos para la práctica de su profesión.

Fernández y Tomás Cruz se hicieron amigos del recién llegado, quien no hablaba español, pero se las arregló para pedirles dinero prestado, ya que necesitaba comprar ropa. Lo llevaron a un tianguis, donde el recién llegado adquirió, con el dinero de sus nuevos amigos, unos lentes oscuros, un walkman y un reloj.

No compró zapatos ni ropa, pero con esas ocurrencias y anécdotas que luego lo harían el alma del equipo, pronto se ganó el cariño de los otros futbolistas, entre los que destacaban Fernández, Francisco "Abuelo" Cruz, Guillermo Cantú, Manuel Negrete, Wilson Graniolati, Jorge Campos y Hugo Sánchez.

Decía que su nombre era Alex Moonlight Owhofasa; aunque nunca pudo acreditar que realmente Moon-
light fuera algo más que un apodo, él aseguraba que así se llamaba.

Cuenta Fernández, quien siempre lo tuvo en alta estima, que con su primera quincena el recién llegado se compró un potente aparato de sonido, el cual ponía a funcionar a toda hora, y que llamaba a sus compañeros a sus casas, en el horario que se le ocurriera, para preguntarles cualquier cosa sin trascendencia y a veces sin motivo.

Nunca compró un jabón, champú o cepillo de dientes, más bien usaba los de sus compañeros, y tampoco pagaba por los taxis que tomaba para ir a entrenar, así que los choferes terminaban en las oficinas del club para hacer el cobro correspondiente.

Entre sus aventuras, Fernández resalta una ocasión en la que subió a un taxi y le dijo al chofer simplemente: "Atlanti, por favor". No lo llevó al Estadio Azulgrana, entonces casa de los Potros de Hierro y hoy conocido como Estadio Azul, sino a un local con un letrero que decía: "Bienvenidos a Atlantis".

Después, como pudo, le explicó que era futbolista del Atlante y que tenía que ir al entrenamiento. Llegó al Azulgrana y, como siempre, se bajó sin pagar.

La Volpe lo utilizó muy poco, pero casi nunca faltaba a las concentraciones, ya que era muy útil en ellas por el buen ambiente que generaba, entre otras cosas, con sus habilidades para bailar break dance y aguantar las bromas pesadas de Campos. Esas dos cualidades le significaron más ovaciones que las que recibió en la cancha por su futbol.

Al final de la primera vuelta del campeonato, La Volpe decidió prescindir de los servicios de Moonlight en la reapertura de los registros. El nigeriano simplemente despreció de la escena y dejó muy poco en lo deportivo: apenas 62 minutos en 17 partidos.

Probablemente nadie fuera de ese plantel atlantista, en el que contribuyó al buen ambiente, lo recuerda. Ninguno de sus entonces compañeros volvió a saber de él, si continuó siendo futbolista o si en verdad alguna vez lo fue.

Hoy, en Internet y en las redes sociales no puede encontrarse información de su carrera, más allá de que fue parte del Atlante en una época en la que África se puso de moda en el futbol mexicano y en todo el mundo.

 
 
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