Vanidoso, arrogante y "chulo". Son tres calificativos que le suelen dedicar quienes no lo conocen. Divertido, amable y generoso, le llaman sus amigos.
Estas diferencias extremas acompañan la historia de Luis Enrique Martínez, el entrenador del Barcelona, quien desde su nacimiento como profesional fue coqueteado por los dos acérrimos rivales asturianos: el Sporting de Gijón y el Real Oviedo. Al paso de los años trasladó esa dicotomía a los grandes españoles: estuvo cinco temporadas en el Real Madrid y ocho en el Barcelona.
Desde joven Luis Enrique fue objetivo del Barsa. Se probó en los juveniles sin demasiada fortuna. En el Sporting le empezaron a llamar "Lucho" porque allí había un delantero admirado por todos: el mexicano Luis "Lucho" Flores. Debutó en Primera en 1989 y descolló en la Temporada 1990-91. Sus goles llamaron la atención al Real Madrid, que se lo quedó ante la indiferencia del Barsa. "Se trata de un buen jugador, pero no es la estrella que se dice", justificó Johan Cruyff, el entrenador culé. Lo veían como el sustituto de Hugo Sánchez, pero en su primer año apenas metió dos goles. Su mayor éxito vendría con España al lograr el oro en Barcelona 92. La crisis en el Madrid arreciaba. Hugo Sánchez recupera la titularidad desplazando al asturiano. Luego llega Iván Zamorano y Luis Enrique queda de nuevo relegado. Su única opción era la defensa cuando alguien se lesionaba. De sus choques contra el Barsa le reprochan regalar el cuarto gol culé en 5-0, en 1994. Un año después tuvo la revancha: hizo el cuarto en el 5-0 al Barsa y lo festejó agitando la camiseta blanca mientras gritaba: "¡Toma!", "¡toma!". En la portería azulgrana Carlos Busquets (el padre de Sergio) mascullaba la humillación.
No era todo miel sobre hojuelas. Valdano no lo ponía. "A este paso con lo descansado que estoy podré jugar hasta los 60 o 70 años", reprochó. La semilla de su salida estaba plantada. Tres días después del último partido de la Liga, anunciaba su fichaje con el Barcelona. Había conseguido 15 anotaciones. Con los culés serían 73 goles, cinco al Madrid. Uno de ellos, el primero que recibió Iker Casillas en el Camp Nou, en 2001. "Si quiere, lloro cuando marco un gol", le dijo al presidente merengue Lorenzo Sanz, quien le reprochó por festejar contra su ex equipo.
Podrán dudar de sus métodos como estratega, pero el espíritu competitivo de Luis Enrique no está en duda. Después de colgar los tachones se enroló en el ciclismo, en el triatlón y corrió varios maratones, inclusive 240 kilómetros por el Sahara con 10 kilos en su mochila.
Este año cumple la primera temporada en el primer equipo agregándole ese coraje. El clásico de mañana lo tendrá intenso en la raya, con el corazón blaugrana repitiendo en secreto: "¡Toma!", "¡Toma".
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