"Mientras ustedes no dejen de aplaudir, yo no dejo de cantar".
Vicente Fernández.
Si no posees el gusto del misterio, difícilmente te apasiona el futbol. Lo que vi el martes en el Universitario me es imposible archivarlo como otra simple y obligada goleada.
La manifestación que inició en las gradas, con un inexplicable lleno, fue extrañamente recompensada en la cancha desde el minuto 1 y, sin merma, hasta el 90.
¿Por qué la gente no se quedó en la comodidad de sus casas? ¿Por qué los Tigres alinearon a los mejores, si ni las circunstancias o el rival lo ameritaban?
¿Por qué a partir del 2-0 los jugadores no bajaron la intensidad o cancharon el trámite del partido? ¿Por qué nadie abandonó el estadio al finalizar la primera mitad (22:30 horas, lluvia y trabajo al día siguiente)? ¿O con el 3-0 del minuto 77? ¿O el 4-0 al 86'?
¿Por qué Ferretti no refrescó el plantel para la segunda parte? ¿Por qué lloró el más viejo de la tribu, dos veces mundialista y campeón de la Copa América -"Cacha" Arévalo- por un gol que, para efectos prácticos, sólo era otro más?
¿Por qué buscaron, como si fuera la primera, una cuarta anotación? Y, por si esto fuera poco, no creo que se les haya olvidado que el viernes tienen partido en Torreón.
Señores, el significado de lo que acabamos de ver rompe con todos los absurdos clichés que por años sólo han empobrecido el espectáculo.
Y esos entrenadores que, con argumentos tan sólidos como una burbuja de jabón, donde el vil y llano "no se puede" o "el ganar 1-0 da los mismos puntos que el 5-0", en el fondo sólo pretenden delimitar las ilusiones de la clientela, porque entre menos anhele usted, la responsabilidad de ellos también aminora.
Bueno, hasta San Cadilla publicó algo de este razonamiento viral: "si no logra avanzar en la Liga, nadie cuestionará a Ferretti, al ver que fue serio en encarar el torneo sudamericano".
Afirmación en la que de ese "nadie" rotundamente me excluyo. ¿O dónde dice que por tomar con seriedad un torneo automáticamente está exento del otro?
Señores, ni los directivos, ni los entrenadores y mucho menos los jugadores tienen algún legítimo derecho para administrar nuestras emociones, acotar nuestras expectativas y, mucho menos, impedirnos soñar.
A cambio, nosotros tampoco tenemos jurisdicción para recriminarles las derrotas. Pero cuando de antemano vemos que renuncian a intentarlo con sus mejores armas, sin duda, tenemos todo el derecho a reclamar. ¿No cree usted?
PD: "Algunas personas no están acostumbradas a un entorno en el que se espera la excelencia". Steve Jobs.
Lo escrito, escrito está.
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