La presentación del plan de Selecciones Nacionales para este año resultó tan espectacular como paradójico.
Apartando a la Selección Mayor, hay otros 12 representativos nacionales. Desde la Olímpica hasta la de playa, se requiere atención y trabajo para ese numero de equipos, pasando por las femeniles y las de límite de edad.
Estas últimas, en los años recientes, han sido portadoras de alegría y triunfo para la afición mexicana. Pelean títulos, con frecuencia los ganan y es difícil que hagan algún chasco.
Para este año, tienen objetivos altos que seguramente cumplirán.
Todos estos equipos ocupan buena parte del año calendario realizando giras de preparación. Los viajes son numerosos y el tipo de rivales a los que se enfrentan, de lo más diverso.
Viven a la sombra de la Mayor,que junto con el trabajo de los clubes aportan el dinero y los jugadores necesarios para su sustento.
Sus mentores -Sergio Almaguer, Raúl Gutiérrez y Denis T. Klose entre otros- hablan con brillo en los ojos de las cualidades de muchos de esos jóvenes que intentarán un día dar el gran salto a la Primera División: un salto ciertamente difícil y mortal.
Los cuerpos técnicos de estas Selecciones están formados por gente experta y capaz en la materia. Son especialistas en trabajo con futbolistas en formación. Y el holandés, estigmatizado por su trabajo en Chivas -pocos hay que salgan del Guadalajara sin cicatrices en la percepción popular- es un estudioso que también suma diplomas en el conocimiento juvenil.
La paradoja es que con la apertura a más naturalizados exprés, todo ese trabajo en el que invierte la Federación y los propios equipos, sufre un revés indudable.
El discurso de todos los técnicos de la Federación dice que al haber menos lugares posibles para mexicanos -la aritmética es infalible-, se obliga al futbolista nacional a estar más preparado para pelear un puesto titular.
Nadie hasta ahora ha propuesto un punto medio. Una fórmula, un candado, que ayude a ambas posturas a equilibrarse: ni tener la oportunidad sólo por ser mexicano, ni poseerla solamente por ser naturalizado de oportunidad o extranjero de dudosa calidad y enigmático precio.
Aunque no lo diga porque hay posturas que la Federación y la Liga se respetan mutuamente, hay un componente vocacional en esta última al obligar por reglamento a que cada club compita cada fin de semana: el de formar jugadores.
Pero los clubes, aparentemente, responden a la medida por obligación y no por deseo: sus miras son a más corto plazo.
Así pues, hay calidad en nuestros jóvenes pero no hay lugares. Y no hay quien rompa la paradoja más cara que vive el futbol mexicano.
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