Este lunes se llevó a cabo en Zurich una edición más de la entrega del "Balón de Oro", para reconocer a los mejores en el mundo del futbol.
Una especie de "Óscares futboleros", cada vez más parecido a ese otro evento hollywoodense, para bien y para mal.
Entre otros reconocimientos, el de Cristiano Ronaldo como mejor jugador del 2014, y el de Joachim Löw como el mejor director técnico.
Inobjetables los merecimientos del futbolista portugués para recibir dicho premio, pero más que cuestionable el del entrenador alemán campeón del mundo, con todo y ese inconmensurable título en sus vitrinas.
Si el asunto va a ser tan simplista como entregar el premio al campeón en turno, podrían ahorrarse todo el poco transparente proceso y dárselo directamente al ganador en la mismísima Final de la Copa del Mundo.
Pero si el mejor técnico es el que mayor provecho le saca al material futbolístico y al plantel con el que cuenta, lo de Diego Simeone en el 14 simple y sencillamente estuvo a otro nivel.
Como también lo está como jugador, si nos atenemos a su trayectoria completa, Lionel Messi, aunque particularmente en ese 2014 Cristiano haya hecho lo necesario para merecer el premio recibido.
En realidad, la mayor satisfacción para cualquier futbolista está y seguirá estando en lo conseguido en la cancha y en el momento de conseguirlo, independientemente de los posteriores y rimbombantes reconocimientos.
Además, dicho evento del Balón de Oro pierde seriedad y credibilidad cuando nos enteramos de los votos emitidos por cada cual: muchos para los cuates, para los paisanos, para los compañeros de equipo. No tanto a quién ves como el mejor, sino quién te gustaría que fuera.
Así los votantes convierten la votación en vacilada, para que después la FIFA esa vacilada la convierta en magno evento.
Cosas del negocio y la mercadotecnia futbolera, por definición mucho más contaminados que el producto primordial en este caso: El futbol que se juega en la cancha.
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