Como cada seis meses, el receso del futbol que se juega en la cancha fue llenado por el "futbolito de anafre".
Cada equipo con lo que sus dirigentes tienen, pueden y saben, va "cocinando y calentando" a su propio gusto el plantel con el que pretende cumplir sus objetivos, cualesquiera que éstos sean, de cara al torneo que pasado mañana inicia.
El Cruz Azul dizque reforzado, las Águilas hasta los dientes, los Tigres para redondear, el Monterrey colombianizado, la UdeG, el Puebla y el Veracruz por la urgencia, los Pumas porque ya era indispensable, y las Chivas con lo que pudieron entre lo que encontraron.
Unos porque quieren permanecer, otros porque aspiran al título y unos más a la espera de ver y comprobar para cuánto les alcanza.
De acuerdo a sus propias necesidades, cada competidor se refuerza o hace como que lo intenta, reestructura o hace como que empieza a estructurar algo.
Pero con muy pocas excepciones, encabezadas por la de las mexicanísimas Chivas, la generalizada tendencia es la proliferación de jugadores extranjeros y naturalizados, de futbolistas no nacidos ni forjados en México.
Para entrarle a la "futbolera globalización", los comodinos y convenencieros dirigentes de nuestro balompié solamente lo hacen desde el lado fácil que más lana les reditúa y menos esfuerzo implica en el corto plazo: importar lo que se pueda sin producir para aspirar a exportar en similar medida.
Con verdades a medias, dizque tomando como ejemplos a las más poderosas Ligas del planeta, lo que no dicen o no entienden es que en ellas la ilimitada importación de grandes figuras se da más o menos a la par con la producción de las propias.
Si en ese renglón el más favorable de los balances lo han ostentado desde siempre Brasil y Argentina, que producen muchos más futbolistas que los que "consumen" en sus propios torneos, en medio están algunas ligas europeas y en el otro extremo Ligas como la de México, eternamente importadora y tímidamente exportadora, entre otras cosas porque no es capaz de producir lo suficiente en cantidad ni en calidad.
¿Será tan difícil entenderlo, o algunos de los avorazados dirigentes mexicanos sí lo entienden, pero prefieren ignorarlo en su acostumbrada búsqueda del particular beneficio del corto plazo, atentando una y otra vez contra el futuro bienestar del futbol mexicano?
Será lo que sea, pero el caso es que resulta francamente inquietante, por decir lo menos, esta creciente tendencia a la desmexicanización de nuestro futbol.
A ver si surgen los valientes (e inteligentes y visionarios) capaces de revertirla.
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