Terminó el deslucido Torneo de Apertura 2014 con la merecida coronación del América.
Un campeón que no fue brillante ni será memorable, pero sí justo y altamente meritorio.
Primer lugar en la fase regular y con muchos apuros en los Cuartos de Final ante unos competitivos Pumas, pero convincente y a ratos arrollador en las Semifinales ante los desdibujados Rayados.
Pragmático, determinado, concentrado y contundente en una Final en la que simplemente aprovechó todas las ventajas otorgadas por unos desastrosos Tigres que se empeñaron en ofrecer el peor de sus partidos en el más importante de todos.
Gran parte del enorme mérito de Antonio Mohamed y su equipo radica en la capacidad para sobrellevar esa etapa de la Liguilla, increíblemente enrarecida para ellos por su misma gente.
Filtraciones imperdonables propiciaron que en el momento más inoportuno se hablara de cambio de técnico, de jugadores que se van y jugadores que vienen.
Pero si por un lado resulta incomprensible esa incapacidad de sus dirigentes para mantener en el seno interno lo que así debía mantenerse, por otra parte es indudable que a esos niveles se ha gestado el éxito americanista de los tiempos recientes.
Una directiva, encabezada en lo estrictamente deportivo por Ricardo Peláez, que le cambió por completo la fisonomía y el rumbo a un equipo que a su llegada atravesaba la peor etapa en su historia.
Cuando en el futbol se acierta al decidir en manos de quién se pone un equipo, todo lo demás va fluyendo adecuadamente. El dueño le atina con su presidente y éste al elegir al técnico que a su vez se encarga de conformar el plantel con el que compite.
A pesar de los problemas internos que en la parte final increíblemente afloraron, cada uno de esos pasos primordiales ha sabido darlos el América desde hace tres años, y ahí están los magníficos resultados.
¿Qué tanto aprenderán otros equipos de este buen ejemplo americanista de cómo recorrer cada uno de esos primordiales pasos?
No creo que mucho.
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