En los últimos meses se ha hablado mucho del caso Pulido.
Desconocemos los hechos y quién tenga la razón, sin embargo, es una buena oportunidad para reflexionar sobre el estatuto laboral del jugador.
Según la Ley Federal del Trabajo, un jugador es un trabajador, aunque con ciertas especificidades. Cualquier trabajador que tenga la posibilidad de cambiar de trabajo para ganar más, puede renunciar a su trabajo y cambiar de empresa. ¿Por qué un jugador no pudiera hacer lo mismo?
El contrato. La primera razón es que normalmente su contrato con el club estipula que tiene la obligación de quedarse un cierto tiempo. Es legal es obligatorio.
Ahora bien, el Artículo 17 del Reglamento sobre el Estatuto y la Transferencia de Jugadores prevé que si el jugador, no obstante el contrato, quiere cambiar de club tiene que pagar una indemnización.
A primera vista, como el trabajador ordinario, podremos pensar que el jugador puede renunciar, mas bajo la reserva de pagar el precio de su salida.
Indemnización. El jugador Webster se fue por esta vía, sin embargo, su club no estaba de acuerdo. El asunto llegó hasta la suprema instancia, el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS por sus siglas en francés, idioma oficial del tribunal). El tribunal dio la razón al jugador, quien pudo liberarse de su contrato con el pago de una indemnización.
Penalidad. El brasileño Matuzalem también optó por renunciar y cambiar de club. Este asunto igualmente llegó al TAS. Esta vez, el tribunal dio la razón al club. Un jugador no puede renunciar, al menos no sin causa justa.
El tener una mejor oferta de otro club no es una causa justa. Si no obstante la prohibición el jugador rescinde el contrato, tendrá que pagar la penalidad. En otras palabras, el Artículo 17 no prevé una indemnización para liberarse, sino una penalidad para romper el contrato.
Club vs. jugador. Vemos en primer lugar por qué un jugador no puede renunciar antes del término de su contrato. El club necesita estabilidad y previsibilidad. Su plan cuenta con el jugador para el tiempo pactado. Es entendible.
Pero, en segundo lugar, es obvio que el deporte de hoy no se trata de amor al deporte, sino de un negocio. Para el jugador, su tiempo de negocios es limitado en el tiempo por su edad. ¿Por qué no podría tener la libertad, como cualquier trabajador, de poder cambiar de club, si así conviene a sus intereses?
La cuestión está en el aire. La respuesta obvia es que se requiere una regla de balance entre los intereses antagonistas entre jugador y club. No dudamos que el TAS tendrá más de una oportunidad para pronunciarse sobre la cuestión.
Los autores de esta columna son James Graham y Rodrigo Bichara. Graham es presidente de la Academia Mexicana del Derecho del Deporte y Bichara es secretario ejecutivo del organismo. |