Ayer se vivió una memorable jornada de la Liga de Campeones, con muchos goles y gran futbol.
Fueron 40 anotaciones en 8 encuentros, para un altísimo promedio de 5 por partido, con las arrolladoras exhibiciones del Chelsea, el Shakhtar y, sobre todo, del Bayern Múnich.
Hoy, como complemento de esa tercera fecha de la fase de grupos (con el Liverpool-Real Madrid como principal platillo) les corresponderá a los otros 16 competidores, a la mitad de los participantes, tratar de ofrecer algo parecido.
Y mientras el futbol de aquellos lares se confirma y consolida como un espectáculo de otro nivel, en los nuestros el "balompédico" tema de la semana no ha sido nada que tenga qué ver con lo exhibido en la cancha.
A la agresión verbal de un fanatizado seguidor del Atlas, Tomás Boy respondió con una agresión física.
Un magnífico director técnico y legendario ex futbolista, rebajado al nivel de un simple aficionado indignado con el desempeño de su equipo, abiertamente errático en el "diagnóstico" y muy confundido con sus supuestos "derechos adquiridos" por pagar un boleto.
Si la impetuosa respuesta del técnico rojinegro puede más o menos entenderse, para nada puede ni debe justificarse.
Si los protagonistas de este juego, futbolistas, técnicos, árbitros o incluso dirigentes (sólo por mencionarlos en orden de importancia), acostumbraran responder con golpes a los insultos o agresiones verbales de tanto aficionado que se siente con ese "derecho" de "expresarse" insultando o agrediendo, pasarían aquellos la mitad de su vida profesional demandados, encerrados, denunciados o envueltos en trámites con la justicia.
Como sería una larga y ardua tarea la de elevar el nivel educativo y la cultura deportiva de los aficionados (y por supuesto también los de técnicos y jugadores, para aspirar algún día a lo que dentro y fuera de la cancha se ve hoy por hoy en los europeos lares), por lo pronto son los protagonistas los encargados y principales responsables de brindar otro tipo de ejemplos.
Porque la calentura puede a veces incluso justificarse en la cancha o desde la banca, pero son la frialdad y la mesura las que deben prevalecer fuera de ellas.
Y ustedes, estimados lectores, ¿qué hubieran hecho en el lugar del susodicho aficionado o del mencionado técnico?
¿De plano?
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