Los revitalizados Gallos Blancos y las anémicas Chivas escenificaron en la anterior jornada un partido que los pinta a ambos en su actual dimensión.
Casi casi Ronaldinho solo, y jugando a medias, fue factor suficiente para zarandear en su propia cancha al otrora poderoso conjunto rojiblanco.
Un otrora cada vez más lejano, en el que por supuesto ninguno de los actuales jugadores logró estar incluído.
Con las bienvenidas pinceladas y genialidades de Ronaldinho se disponen los queretanos a seguir animando el torneo, y en el lado diametralmente opuesto se encuentra el desanimado Guadalajara.
Las actuales Chivas, aparentemente cansadas de pastar y navegar en la mediocridad, ahora parecen empeñarse en no llegar ni a mediocres.
Francamente lamentable, lastimosa, imperdonable, la manera de arrastrar una ejemplar leyenda escrita por otros.
Como muchos de los actuales ni siquiera entienden qué leyenda es ésa y cómo se fue forjando, en la cancha juegan como si lo hicieran en cualquier equipo de barrio.
Una institución sistemáticamente deteriorada desde la mesa, tiene buen rato de haber perdido su identidad incluso en la cancha.
Ya bastante inquietante es no saber a qué jugar ni cómo, pero todavía más alarmante no entender dónde juegas.
Si la rojiblanca y brillante leyenda no pueden enriquecerla porque no tienen con qué ni saben cómo, que por lo menos no la arrastren semana tras semana.
Si las urgentes soluciones siguen sin surgir en la cancha, que fuera de ella por favor alguien se anime a rescatar a estas Chivas al borde del precipicio.
Aunque empecinadas en caer, todavía están a tiempo de evitar el derrumbe.
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