En el futbol mexicano, por desgracia, sigue prevaleciendo el equilibrio de fuerzas, debilidades, inconsistencias y mediocridades.
Proliferan los empates y las "sorpresas", no tanto por ese bienvenido equilibrio de fuerzas, sino por la alarmante inconsistencia y la comodina mediocridad por las que navegan los equipos.
El problema no radica en ganar en una jornada y perder o empatar en la siguiente, sino en jugar tan distinto entre una y otra, en la generalizada incapacidad para garantizar un mínimo de rendimiento en cada partido.
Los locales no saben cómo hacer valer cabalmente esa condición, y los visitantes suelen sentirse muy cómodos asumiendo sus posturas calculadoras y especulativas.
Más que la encomiable paridad de fuerzas, a placer campea la equivalencia de miedos y la similitud de irregularidades.
Dentro de la propia inconsistencia, nadie corre más riesgos de "los necesarios", y casi siempre los empates se producen porque en ambos competidores termina pesando mucho más el miedo de recibir el gol de la derrota, que el afán de conseguir el del triunfo.
La mediocridad es mayoritaria en el nivel de juego de los equipos... y a la mayoría de los dirigentes no les alcanza el cacumen para erradicarla.
¿Y si en lugar de clasificar para la Liguilla el 44 por ciento de los 18 participantes sólo lo hiciera el 33, es decir, 6 en lugar de 8?, ¿Y si además se desapareciera la tablita de cocientes y cada año descendieran los dos peores equipos en ese lapso?, ¿Y si como innovador añadido se determina que los equipos que en un partido terminen 0-0 en goles también se queden con cero y cero puntos?
Ésas y algunas otras serían excelentes medidas encaminadas a combatir esa prevaleciente mediocridad.
Lástima que el mencionado cacumen no alcance para que se les ocurran a quienes deciden, y que la mediocridad lejos de ser combatida siga siendo promovida.
A ver hasta cuándo.
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