La inminente llegada de Ronaldinho al futbol mexicano quedará inscrita entre las más grandes contrataciones en la historia de nuestro balompié.
Quizá, en el papel, la más importante de todas.
Porque entre las máximas figuras que han jugado en nuestra liga desde el surgimiento de ésta, tal vez sólo el portugués Eusebio pudo haber presumido en su momento (1966) de haber sido el mejor futbolista del mundo.
Como treinta y tantos años después ese mismo lugar de mejor jugador del planeta lo ocupó Ronaldinho durante cuatro o cinco años y no sólo en una Copa del Mundo, su contratación tiene en la teoría un impacto bastante mayor que aquella de Eusebio; o que muchas otras, como las de Didí, Vavá, Edú, Pirri, Lato, Dirceu, Butragueño, Zamorano, Bebeto y compañía.
Con cualquier parámetro utilizado, y al margen de lo que a final de cuentas resulte en la práctica (y en la cancha), esta resonante contratación beneficia sustancialmente a la Liga MX, la revitaliza, y por lo tanto es digno de aplauso el esfuerzo realizado por el Querétaro y sus dirigentes.
Bienvenidas a nuestro futbol figuras de ese tamaño aunque inevitablemente sólo puedan venir cuando han empezado a encogerse.
Pero si bien es cierto que resulta muy meritorio traerse al Ronaldinho que fue, también es indudable que sería preferible detectar y conseguir a las grandes figuras que serán; y todavía mejor generar en las propias filas a esas futuras estrellas del juego, o por lo menos propiciar el desarrollo y la proliferación de aspirantes a tales.
Si la directiva queretana ha dado una magnífica, encomiable muestra de capacidad para voltear hacia atrás, que por favor ésa y todas las directivas muestren similar capacidad en su visión hacia adelante.
Cuando no se pueda con los del presente, traer lo mejor del pasado y forjar lo mejor del futuro.
Incomparable fórmula para aspirar a un futbol de otro nivel.
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