Dicen que los corredores estamos locos. Y ya lo creo.
¿Quién se levanta a las 5:00, desayuna y sale de su casa para calentar a las 7:00 bajo una lluvia torrencial, para luego recorrer poco más de 42 kilómetros?
Ya lo creo que somos locos por brincar por los charcos como niños, esquivar los baches de la Ciudad de México con singular alegría, pasar por el fétido olor que brota de las coladeras cercanas al Museo Soumaya y al Acuario Inbursa.
También estamos locos por atravesar un tramo enlodado del Bosque de Chapultepec, y por subir, bajo un sol cada vez más abrasador, por Avenida de los Insurgentes, entre ampollas que atormentan y calambres que amenazan.
Pero ahí vamos, recorriendo nuestra Ciudad, haciendo nuestras las calles con cada pisada, agradeciendo a los voluntarios su esfuerzo, pensando en nuestras familias que nos esperan en la meta y por quienes, la mayoría, hacemos esta locura.
Locos por ir vestidos como Flash, Batman, Superman, Thor y, lo juro, hasta de un Dr. Simi. Pero de estos locos necesita más México, de los que tratan de hacer las cosas bien, de entregar el todo, de esos que se apasionan y que terminan lo que empezaron.
De esos que juran que no volverán a correr un maratón, pero que ahí estaremos el próximo año. Porque, parafraseando la clásica del corredor: el dolor es pasajero, pero la locura es para siempre.
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