El campeón de la Champions, los de la Liga y de la Premier League, equipos ingleses, españoles, alemanes e italianos pasean sus estrellas por las canchas de Estados Unidos. Años atrás estas giras casi se tomaban como vacaciones, ahora ya forman parte de una estructura deportiva y comercial que convoca a miles en los estadios y en las pantallas de las televisiones de múltiples países.
Siete de los 10 equipos de futbol más rentables del mundo, (unos 34 mil millones de dólares), van y vienen por las principales ciudades participando en torneos de nombres rimbombantes, con jugadores a media máquina siempre listos hasta para vender tortas en Subway, como Daniel Sturridge y Jordan Henderson, del Liverpool, por citar un ejemplo.
El auge del "soccer" en el país del norte se acentuó con el buen desempeño de su equipo en el Mundial de Brasil, donde sus fanáticos fueron los que más entradas compraron. Llenaron estadios para verlos en pantallas gigantes.
Igualmente, las audiencias en televisión rompieron récord y dejaron atrás a los tradicionales playoffs de la NFL y la MLB, así como representaron un crecimiento de ingresos por publicidad en las cadenas dirigidas al público latino, que en definitiva, como consumidor, ha sido uno de los puntales de ese ascenso.
Lo que podría verse como un logro cultural de las masas hispanas no se ha librado de ataques. Un ejemplo lo encarna la escritora y periodista Ann Coulter, quien catalogó la efervescencia como un síntoma de la "decadencia moral de la nación americana" y la atribuyó a la reforma migratoria de 1965 que causó "un giro demográfico".
"Ningún estadounidense cuyo bisabuelo haya nacido aquí ve soccer. Sólo podemos esperar que, además de aprender inglés, estos nuevos estadounidenses olviden con el tiempo su fetichismo por el soccer", escribió la autora de bestsellers antiliberales.
Y haciendo uso de su pluma flamígera, y de su desconocimiento del objeto de su crítica, enumeró las causas por las que ella no lo considera un buen deporte: Porque no es individualista y la responsabilidad se dispersa; porque el talento atlético no es esencial y entonces pueden jugar hasta las niñas; porque no existe otro juego donde haya tantos marcadores en cero. "Es un deporte extranjero y aunque lo promueva el New York Times, a los afroamericanos no les importa".
En la pantalla de la tele se ve al Real Madrid contra la Roma. Hay miles de camisetas merengues de todas las ediciones. No es el Bernabéu, es el Cotton Bowl de Dallas. Cada vez que el portero romano tiene que despegar un balón de su portería se escucha en las tribunas: "¡Ehhhhhhhheeeeee...puuuuuuuuuuuuutooooooooooooo!".
Si lo escuchara (y entendiera), ¿qué agregaría Ann a su tesis de la decadencia americana?
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