Volvimos al torneo local y resultamos muy propensos para menospreciar lo propio. La comparación con el nivel de Brasil 2014 es insensata y ociosa.
Es cierto que no han sobrado emociones y que hay que exigir un mejor nivel permanentemente, sobre todo en aquellos equipos que no calificaron o fueron eliminados pronto. Tampoco es fácil que los jugadores seleccionados mundialistas de distintos países, incluyendo el nuestro, se encuentren a punto después de las vacaciones.
Los equipos olvidan que los aficionados pagan el precio completo del boleto, de manera que no hay por qué pedirles compasión por exigir un rendimiento a tope por parte de los jugadores. La experiencia dice que hasta la Jornada 5 o 6, se empieza a saber el potencial y alcance de cada plantel.
Antes de ese rodaje, todo suele ser engañoso y desconcertante. No, tampoco me gustó la intensidad y calidad en general de la Jornada 1, pero el torneo anterior fue aceptable, de manera que es previsible encontrarnos con un torneo atractivo pese a la cruda mundialista.
Y no son temas presentes en la agenda porque dejan de estar de moda, pero atención con la violencia dentro y fuera de los estadios, y con la indiferencia para introducir estímulos numéricos para los locales que se esfuerzan por marcar la mayor cantidad de goles y para los visitantes que se atreven a despojarse de la típica conducta de terror al no jugar en casa.
Y volveremos también, con las despiadadas críticas arbitrales cuando es imposible acertar en todas a golpe de vista. Y dentro de todo lo rutinario y cíclico, sería espectacular que planearán un proceso inédito de preparación rumbo a la Eliminatoria, porque lo único que no puede olvidarse, pese al agradable torneo que hizo México en Brasil, es que pudo haber sido mucho mejor si no se hubiera clasificado a empujones.
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