En ocasiones uno no sabe por qué suceden las cosas, pero afortunadamente con paciencia y aceptando lo que pasa, el tiempo siempre pone todo en su lugar.
Ignoro si estoy tan filosófico por viejo o por la forma en la que se sucedieron las cosas el día de hoy.
Desde anoche que cenamos en Fogo de Chao y que todavía no teníamos noticias de los boletos, comenzó el sufrimiento. Hoy, más o menos por ahí de las 11:30 de la mañana, hubo una esperanza, pero ya para la 1:00 de la tarde supimos que definitivamente los boletos prometidos no se iban a conseguir. No quedó más que aceptarlo y buscar en dónde ver el partido.
Fuimos a verlo a un restaurante delicioso, pero terminando el primer tiempo nos corrieron. Sí, así como lo leen, queridos amigos, les valió madre. Cerraron cocina y barra, y que les vaya bien.
Esto parecería una terrible noticia de no ser porque la ciudad estaba paralizada viendo el juego y en escasos 14 minutos llegamos al hotel, es decir, al minuto 4 del segundo tiempo.
El resto del tiempo regular lo vimos en el hotel, si acaso éramos 9 personas en el restaurante contando a los meseros y cocineros, así es que cuando se dio el silbatazo nos fuimos a la cantina de la esquina.
Y es que Copacabana es una de las colonias más extrañas del planeta. Puedes caminar 100 metros y toparte con un hotel 5 estrellas -de 3 mil 500 dólares la noche- y al pasar te encuentras con un tianguis de baratijas, una esquina que huele mal, un restaurante de precios exorbitantes, una lavandería con roedores junto a una joyería y luego una cantina como del centro de Erongarícuaro, Michoacán, con precios accesibles e incomodísimos asientos que fue donde finalmente entramos.
El mesero estaba visiblemente de malas por tener que trabajar en un lugar repleto de gente el día de la Final del deporte más importante de este país. Nos aventó las cosas y nos regañó. Su modo, de lo peorcito posible. Por ello regresamos al hotel a ver el final del partido.
Ya en los tiempos extra mi pata temblaba de nervios horriblemente hasta que la cámara enfocó a la tribuna argentina y ellos estaba evidentemente mucho peor que yo. Ahí me relajé. ¡A mí, qué!
Cuando por fin Goetze metió el gol del gane grité con mucha satisfacción. El cocinero me abrazaba, no sé si por la emoción o porque éramos los únicos completamente metidos en la emoción del juego.
Gracias por tomarse el tiempo de leerme. Agradezco correos, comunicaciones de Twitter, y a mis amigos y familiares, todo el apoyo y críticas buenas y malas este tiempo.
Quiero agradecer a mis amigos Beto Orozco y Ángel Baillo, quienes siempre me han alentado a escribir esta bola de estupideces, y en especial a Willy Salcedo y Francisco Solares, que me tuvieron fe en este proyecto.
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