El Mundial ha vuelto a ser un club para socios con tradición o influencias. Esa membresía puede resultar muy costosa. En un aquelarre salvaje, Brasil recibió el apoyo del árbitro y perdió a su único mago.
Contra Colombia, Neymar recibió un golpe que le fracturó una vértebra. ¿Por qué sucedió esto? Hay momentos en que el futbol sólo admite explicaciones sobrenaturales. El colombiano Zúñiga no tenía intenciones de lastimar al ídolo de Brasil, pero el partido agonizaba en un clima de odio propiciado por dos espíritus dañinos: el entrenador Scolari y el árbitro Velasco Carballo.
Desde que Pelé fue cocido a patadas por la Selección portuguesa en Inglaterra 66, no se veía algo semejante. Velasco Carballo guardó las tarjetas como si temiera que se las clonaran y demostró su incapacidad de sumar faltas con los dedos. Por su parte, Scolari perfeccionó la embestida que desató contra Chile. En aquel partido, el demoledor Fernandinho completó cuatro pases y cometió seis faltas. Comparado con él, Pepe es un discípulo de Gandhi.
Velasco Carballo permitió el triunfo del más apto para la violencia: de las 11 primeras faltas cometidas en el segundo tiempo, nueve fueron de Brasil. Es difícil saber si Scolari contaba de antemano con los errores del árbitro, pero lo puso a prueba con su estrategia de Pedro Navajas.
En la Primera Fase del Mundial, Brasil asemejaba una orquesta que envió sus violines y trompetas a Colombia y sólo se quedó con los tambores. El jogo bonito se había desplazado al equipo de Pékerman. Sin embargo, ante el Brasil militar, Colombia dio un pésimo partido. Más allá de las agresiones, los jugadores parecían hechizados hasta la ineptitud. Incapaces de hacer sus habituales triangulaciones, se limitaron a recibir pisotones.
¿Además del delito, Scolari cometió brujería? En su novela El regate, el brasileño Sérgio Rodrigues habla del "marcaje espiritual" en el futbol. El único problema de esta táctica paranormal es que requiere de un sacrificio: "El espíritu tiene que chupar energía de alguien dentro de la cancha". Todo indica que el jugador expiatorio fue Neymar.
A medida que el partido se degradaba, el astro brasileño dejó de pedir la pelota: su arte no tenía sitio en esa trifulca. Ajeno a lo que ocurría, se apagó hasta que en el minuto 87 la violencia convocada por Scolari y permitida por Velasco Carballo se concentró en su espalda. El árbitro ni siquiera sacó tarjeta, doctorándose en incompetencia. Brasil triunfó 2-1 pero perdió a su mejor hombre.
Los dioses son codiciosos: te permiten ganar a la mala a costa de lo más valioso que tienes.
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