Mañana la Selección Mexicana intentará incrementar el tamaño de su hazaña en canchas brasileñas.
Al enfrentar a la poderosa escuadra de Holanda, estos encarrerados tricolores de Miguel Herrera tratarán de confirmar que están plenamente preparados para escribir una historia muy distinta a la escrita por anteriores ediciones del máximo representativo del futbol mexicano.
Tratarán, con la enorme confianza adquirida, de esgrimir sus mejores argumentos ante un adversario acostumbrado a las grandes lides, a veces demasiado frío y calculador, pero también dotado de elevadas condiciones técnicas y demoledor en sus contraataques.
Para que los convincentes argumentos vuelvan a esgrimirse como se debe, será necesario mantener el alto grado de eficiencia colectiva, esa equitativa repartición de tareas y esfuerzos que tanto ha propiciado el pleno florecimiento de las individualidades.
A un rival que quizá pueda correr más rápido, correrle intensamente durante más tiempo, ganándole la pelota y la iniciativa, para desgastarlo, para hacer que le pese en exceso el posible calor.
Suplir con el jugador adecuado (¿Carlos Salcido?) la importante labor antes realizada por José Juan Vázquez, y tal vez pensar en algún otro cambio que revitalice el ataque (¿Javier Hernández?).
Con eso, y jugando como en términos generales lo han hecho, podrían oponerle al conjunto holandés una cabal resistencia; y si no les alcanzara para el triunfo, por lo menos les alcanzaría para despedirse con mayor dignidad que la mostrada por cualquier Selección Mexicana en una Copa del Mundo.
Así nadie podría recriminarles nada, ni alguien ahora puede exigirles más.
Sólo necesitan volver a jugar como ya demostraron que puede jugarse en México, y esperar que a los holandeses se les olvide un poquito cómo se juega en Holanda.
A ver si así juegan, y qué tan capaces son de capitalizar cualquier olvido para así incrementar el tamaño de la hazaña.
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