Hace apenas tres meses no estábamos ni invitados, apareció nuestro vecino del Norte y nos dio una oportunidad. Pasamos por un trámite burocrático de FIFA y listo, a preparar la competencia.
No olvido nada. Corrieron a buscar a quien fuera para armar un equipo que no pasara vergüenzas. Unos argumentaron problemas familiares, otros exigían titularidad y otros más se lastimaron. Las cosas estaban muy tristes y obscuras, con un panorama derrotista y la Selección comprometida hasta el copete con patrocinadores y socios comerciales.
Así llegaron los amistosos, con una de cal y otra de arena. Sin repetir alineación, con dudas en todas las líneas, con bajones de juego en piezas claves, con más lesionados y con llamados de último momento, se viajó a Brasil. Las apuestas en todo el mundo no le daban porcentajes de triunfo.
Sabíamos del grupo, de quiénes jugaban y cómo venían, de qué podía pasar y demás. Sacábamos cuentas chinas de cómo deberíamos de sumar en cada partido y a rezar.
El común denominador era el siguiente: se empata contra Croacia, se le puede ganar a Camerún y seguro perdemos contra el anfitrión, Brasil; 4 puntos y a ver cómo se cierra el grupo. Hoy, luego de dos partidos, tenemos los mismos puntos que Brasil, se empató contra el favorito, se le ganó con autoridad a Camerún y se cierra contra Croacia.
Sólo se ha anotado un gol, no se ha recibido ninguno, segundos del grupo. Esa es la verdad. Pero más allá de los puntos conseguidos, se ha convencido y generado un cambio psicológico en el grupo y en la conciencia del aficionado de a pie.
Ya contamos con un ídolo y líder -Ochoa-, ya vimos que Oribe mete gol, que los jóvenes de los costados compiten tú a tú contra los famosos del orbe, que Márquez no se vuelve loco, que nuestros medios llegan al área rival. Ya se compite.
De los tres posibles resultados en un partido, dos nos dan el pase y sólo uno nos deja fuera. Ya no cuenta el gol a favor o en contra. Lo que no podemos olvidar es que también hemos fallado en cosas muy puntuales en el desarrollo y rendimiento de los partidos.
Nuestros centrales regalan casi todas las pelotas en juego aéreo o a balón parado, no hemos producido jugadas en la última línea, nuestros dos volantes de ida y vuelta no pasaron de mediacancha contra Brasil y si no fuera por la maravilla de tarde de Ochoa, nos comíamos 3 o 4 sin problema.
Eso es ver el futbol con madurez y no con el corazón. Ya que hablo de latidos y suspiros, ¿por qué no sumarme al nacionalismo malentendido que produce el futbol y creer, sí, creer que se pueden lograr cosas importantes?
Me gusta la imprudencia casi rayando en la demencia del "Piojo" por mantenerse con sus cambios ofensivos, en lugar de buscar resultados con el "librito". Me gusta la visita a la playa y jugar una cascarita con el pueblo, me gusta la personalidad el técnico en la banca. Me gusta, qué les digo.
Me falta un sólo detalle: que creamos que ya cumplimos contra Brasil y que no hay más que dar.
Les prometo no aventarme de ningún barco ni aparecer en La Minerva "ahogado", pero sí les aseguro que brincaré con todo si se consigue avanzar y, de ahí en adelante, buscar la Copa. ¿Por qué no? México mejora partido a partido. Así lo hacen los campeones.
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