La Selección Mexicana ofreció ayer una de sus mejores actuaciones en su historia de Copas del Mundo.
Ante la anfitriona escuadra brasileña, los tricolores de Miguel Herrera brindaron una memorable exhibición de personalidad y buen futbol.
Si el empate como resultado fue bastante bueno, mucho mejor fue la forma de conseguirlo.
Orden, equilibrio, convicción, agresividad y eficiencia en el trabajo de recuperación de la pelota, determinación para disputar todas en cada momento y cada palmo de terreno, justa y solidaria repartición de la cancha y el esfuerzo, capacidad para funcionar en bloque al defender y como "acordeón" al atacar.
Además, la futbolera inteligencia desde la banca para enviar con cada cambio el mensaje adecuado: este Brasil para nada nos asusta.
Es cierto que la inconmensurable figura de Guillermo Ochoa surgió como nunca para instalarse en las alturas, pero también es indudable que, en mayor o menor medida, todos los jugadores cumplieron a cabalidad en el crucial compromiso.
Tras observar tan convincente demostración futbolística, la ineludible pregunta es, ¿por qué una selección con tal potencial, que viene de un futbol con tales posibilidades, comprometió a tal grado su clasificación a esta Copa del Mundo?
El que en su momento se metió de panzazo como cuarto clasificado (gracias a un gol estadounidense), ayer se reinstaló en buena medida como el mejor de la concakafkiana zona.
Jugando así, ninguna eliminatoria mundialista podría complicarse nunca para el equipo mexicano, mientras no cambiara la zona de clasificación.
Ahora sólo resta saber si ante el representativo de Croacia se confirma y prolonga el sustancial progreso, para así conseguir el ansiado pase a Octavos de Final, pero, por lo pronto, lo de ayer tuvo un enorme mérito y así debe ser valorado.
Reconocer y aplaudir en lo que vale ese elevado nivel de juego, festejarlo y aquilatarlo en su justa dimensión... porque no siempre se juega así.
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