Una edición más del vergonzoso mercado de piernas del futbol mexicano se llevó a cabo el pasado miércoles.
En tierras quintanarroenses, muy cerca de las playas en las que tanto les gusta a los de pantalón largo descansar de sus "azarosas" labores futboleras, se produjeron los acostumbrados intercambios, compra-ventas y transacciones de jugadores y dignidades.
Siguen sin entender los dirigentes que a futbolistas pisoteados fuera de la cancha no puede recriminárseles que después los pisoteen adentro.
No entienden, tampoco, que son demasiados los jugadores importados (entre extranjeros y naturalizados), ni la importancia de fortalecer el trabajo y la producción de futbolistas mexicanos en las Fuerzas Básicas.
Y mucho menos entienden de procesos y de la dificultad que tienen para rendir adecuadamente jugadores que en cada equipo sólo permanecen durante unos meses.
Si con el susto de la eliminatoria mundialista no aprendieron ni modificaron nada, evidentemente los inefables dirigentes ya no aprenderán nunca.
No exijan cada cuatro años, del máximo representativo de nuestro futbol, un juego de altura en la Copa del Mundo, si en el torneo interno son incapaces de propiciar cada año el fortalecimiento del indispensable sustento.
Difícilmente saldrá una Selección poderosa, una potencia futbolística que haga temblar a sus adversarios, de un torneo plagado de jugadores importados, con la excesiva rotación semestral de futbolistas de los que los equipos se desprenden sin darles a veces el tiempo necesario para rendir como se debe, y con un sistema de competencia que inhibe la búsqueda de la excelencia y promueve la mediocridad premiándola.
Con ese torneo interno como principal sustento, como primordial alimento del "equipo de todos", sólo actuaciones discretas o apenas aceptables pueden pedirse en cada certamen mundialista.
Se antojaría injusto pedir algo más.
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